domingo, 30 de diciembre de 2018

CERCANO Y ENTRAÑABLE





Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 2,41-52

María conservaba todo esto en su corazón.

Los hombres terminamos por acostumbrarnos a casi todo. Decía Ch. Peguy que «hay algo peor que tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada». Por eso no nos puede extrañar demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo y gozoso a tantos hombres y mujeres de «alma acostumbrada». Ya no nos sorprende ni conmueve un Dios que se nos ofrece como niño.

Lo dice A. Saint-Exupéry en el prólogo de su delicioso «Principito»: «Todas las personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan». Se nos olvida lo que es ser niños. Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una mirada de niño.

Pero ésa es justamente la noticia de la Navidad. Dios es y sigue siendo, misterio, pero ahora sabemos que no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano y entrañable desde la ternura y la transparencia de un niño.

Y éste es el mensaje de la Navidad. Para salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacerse niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia, abrirse confiados a la gracia y al perdón.

A pesar de nuestra aterradora superficialidad, de nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, de nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro corazón un rincón en el que todavía no hemos dejado de ser niños.

Atrevámonos siquiera una vez a mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro alrededor. Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos, compras y compromisos. Escuchemos dentro de nosotros ese «corazón de niño» que no se ha cerrado todavía a la posibilidad de una vida más sincera y más confiada en Dios.

Es posible que escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que no anquilosa, sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre; que no recela, sino confía; que no entristece, sino ilumina; que no teme, sino ama.



lunes, 24 de diciembre de 2018

NAVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

UN DIOS CERCANO...





Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 2,1-14 
“Les ha nacido un Salvador.” 

La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira estos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artilugios de nuestra sociedad de consumo.

Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría. Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No todos saben lo que es celebrar. No todos saben lo que es abrir el corazón a la alegría.

Y, sin embargo, no entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, reconciliarnos con la vida que se nos ofrece, y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.

En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida» (S. León Magno).

No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. «Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros» (L. Boff). Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios, y se dejan coger por su ternura.

Una alegría que nos libera de miedos, desconfianzas e inhibiciones ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír o llorar.

Dios no puede ser ya el Ser Omnipotente y Poderoso que nosotros sospechamos, encerrado en la seriedad y el misterio de un mundo inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente a la humanidad, este pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa.

El hecho de que Dios se haya hecho niño, dice mucho más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su misterio.

Si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, quizás entenderíamos por qué el corazón de un creyente debe estar transido de una alegría diferente estos días de Navidad.





domingo, 23 de diciembre de 2018

RASGOS DE MARÍA



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 1,39-


María se puso en camino.
La visita de María a Isabel le permite al evangelista Lucas poner en contacto al Bautista y a Jesús antes incluso de haber nacido. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente. Las dos mujeres ocupan toda la escena.

María que ha llegado aprisa desde Nazaret se convierte en la figura central. Todo gira en torno a ella y a su Hijo. Su imagen brilla con unos rasgos más genuinos que muchos otros que le han sido añadidos posteriormente a partir de advocaciones y títulos más alejados del clima de los evangelios.

         María, «la madre de mi Señor». Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo. Es cierto: para los seguidores de Jesús, María es, antes que nada, la Madre de nuestro Señor. Este es el punto de partida de toda su grandeza. Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. «Bendecida por Dios entre todas las mujeres», ella nos ofrece a Jesús, «fruto bendito de su vientre».

         María, la creyente. Isabel la declara dichosa porque «ha creído». María es grande no simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente.

         María, la evangelizadora. María ofrece a todos la salvación de Dios que ha acogido en su propio Hijo. Esa es su gran misión y su servicio. Según el relato, María evangeliza no solo con sus gestos y palabras, sino porque allá a donde va lleva consigo la persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto evangelizador.

•         María, portadora de alegría. El saludo de María contagia la alegría que brota de su Hijo Jesús. Ella ha sido la primera en escuchar la invitación de Dios: «Alégrate… el Señor está contigo». Ahora, desde una actitud de servicio y de ayuda a quienes la necesitan, María irradia la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor modelo de una evangelización gozosa.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

REPARTIR CON EL QUE NO TIENE




Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 3,10-18
 ¿Qué hacemos?

La Palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos  cómo concretar nuestra respuesta.

El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.

Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Así de simple y claro.

¿Qué podemos decir ante estas palabras quienes vivimos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de comida?

Y ¿qué podemos decir los cristianos ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar a abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia más viva de esa insensibilidad y esclavitud que nos mantiene sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?

Mientras nosotros seguimos preocupados, y con razón, de muchos aspectos del momento actual del cristianismo, no nos damos cuenta de que vivimos "cautivos de una religión burguesa". El cristianismo, tal como nosotros lo vivimos, no parece tener fuerza para transformar la sociedad del bienestar. Al contrario, es ésta la que está desvirtuando lo mejor de la religión de Jesús, vaciando nuestro seguimiento a Cristo de valores tan genuinos como la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la justicia.

Por eso, hemos de valorar y agradecer mucho más el esfuerzo de tantas personas que se rebelan contra este "cautiverio", comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano.





domingo, 9 de diciembre de 2018

COMPARTIR CON EL QUE NO TIENE



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 3,10-18

¿Qué hacemos?

La Palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos  cómo concretar nuestra respuesta.

El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.

Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Así de simple y claro.

¿Qué podemos decir ante estas palabras quienes vivimos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de comida?

Y ¿qué podemos decir los cristianos ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar a abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia más viva de esa insensibilidad y esclavitud que nos mantiene sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?

Mientras nosotros seguimos preocupados, y con razón, de muchos aspectos del momento actual del cristianismo, no nos damos cuenta de que vivimos "cautivos de una religión burguesa". El cristianismo, tal como nosotros lo vivimos, no parece tener fuerza para transformar la sociedad del bienestar. Al contrario, es ésta la que está desvirtuando lo mejor de la religión de Jesús, vaciando nuestro seguimiento a Cristo de valores tan genuinos como la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la justicia.


Por eso, hemos de valorar y agradecer mucho más el esfuerzo de tantas personas que se rebelan contra este "cautiverio", comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano. (http://mensajedesdelapatagonia.blogspot.cl/).




domingo, 2 de diciembre de 2018

EN EL MARCO DEL DESIERTO



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 3,1-6 
Preparen el camino al Señor.

Lucas tiene interés en precisar con detalle los nombres de los personajes que controlan en aquel momento las diferentes esferas del poder político y religioso. Ellos son quienes lo planifican y dirigen todo. Sin embargo, el acontecimiento decisivo de Jesucristo se prepara y acontece fuera de su ámbito de influencia y poder, sin que ellos se enteren ni decidan nada.

Así aparece siempre lo esencial en el mundo y en nuestras vidas. Así penetra en la historia humana la gracia y la salvación de Dios. Lo esencial no está en manos de los poderosos. Lucas dice escuetamente que «la Palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto», no en la Roma imperial ni en el recinto sagrado del Templo de Jerusalén.

En ninguna parte se puede escuchar mejor que en el desierto la llamada de Dios a cambiar el mundo. El desierto es el territorio de la verdad. El lugar donde se vive de lo esencial. No hay sitio para lo superfluo. No se puede vivir acumulando cosas sin necesidad. No es posible el lujo ni la ostentación. Lo decisivo es buscar el camino acertado para orientar la vida.

Por eso, algunos profetas añoraban tanto el desierto, símbolo de una vida más sencilla y mejor enraizada en lo esencial, una vida todavía sin distorsionar por tantas infidelidades a Dios y tantas injusticias con el pueblo. En este marco del desierto, el Bautista anuncia el símbolo grandioso del «Bautismo», punto de partida de conversión, purificación, perdón e inicio de vida nueva.

¿Cómo responder hoy a esta llamada? El Bautista lo resume en una imagen tomada de Isaías: «Preparen el camino del Señor». Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros los que hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús.

Las imágenes de Isaías invitan a compromisos muy básicos y fundamentales: cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todos; enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión. Hemos de cuidar bien los bautizos de nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un «bautismo de conversión».





domingo, 25 de noviembre de 2018

TESTIGOS DE LA VERDAD



Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 18, 33b-37

“Para ser testigo de la verdad”

El juicio tiene lugar en el palacio donde reside el prefecto romano cuando viene a Jerusalén. Acaba de amanecer. Pilato ocupa la sede desde la que dicta sus sentencias. Jesús comparece maniatado como un delincuente. Allí están frente a frente: el representante del imperio más poderoso y el profeta del reino de Dios.

A Pilato le resulta increíble que aquel hombre intente desafiar a Roma: « ¿Con que tú eres rey?». Jesús es muy claro: «Mi reino no es de este mundo». No pertenece a ningún sistema injusto de este mundo. No pretende ocupar ningún trono. No busca poder ni dinero.

Pero no le oculta la verdad: «Soy Rey». Ha venido a este mundo a introducir verdad. Si su reino fuera de este mundo, tendría «guardias» que lucharían por él con armas. Pero sus seguidores no son «legionarios», sino «discípulos» que escuchan su mensaje y se dedican a poner verdad, justicia y amor en el mundo.

El reino de Jesús no es el de Pilato. El prefecto vive para extraer las riquezas y cosechas de los pueblos y conducirlas a Roma. Jesús vive «para ser testigo de la verdad». Su vida es todo un desafío: «todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Pilato no es de la verdad. No escucha la voz de Jesús. Dentro de unas horas, intentará apagarla para siempre.

El seguidor de Jesús no es «guardián» de la verdad sino «testigo». No ha venido tras las huellas de Jesús para ser legionario sino discípulo. Su quehacer no es disputar, combatir y derrotar a los adversarios, sino vivir la verdad del evangelio y comunicar la experiencia de Jesús que está cambiando su vida.

El cristiano tampoco es «propietario» de la verdad, sino testigo. No impone su doctrina, no controla la fe de los demás, no pretende tener razón en todo. Vive convirtiéndose a Jesús, contagia la atracción que siente por él, ayuda a mirar hacia el evangelio, pone en todas partes la verdad de Jesús. La Iglesia atraerá a la gente cuando vean que nuestro rostro se parece al de Jesús, y que nuestra vida recuerda a la suya.



domingo, 18 de noviembre de 2018

NADIE SABE EL DÍA


Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 13, 24-32 
El mejor conocimiento del lenguaje apocalíptico, construido de imágenes y recursos simbólicos para hablar del fin del mundo, nos permite hoy escuchar el mensaje esperanzador de Jesús, sin caer en la tentación de sembrar angustia y terror en las conciencias.

Un día la historia apasionante del ser humano sobre la tierra llegará a su final. Esta es la convicción firme de Jesús. Esta es también la previsión de la ciencia actual. El mundo no es eterno. Esta vida terminará. ¿Qué va a ser de nuestras luchas y trabajos, de nuestros esfuerzos y aspiraciones.

Jesús habla con sobriedad. No quiere alimentar ninguna curiosidad morbosa. Corta de raíz cualquier intento de especular con cálculos, fechas o plazos. "Nadie sabe el día o la hora..., sólo el Padre". Nada de psicosis ante el final. El mundo está en buenas manos. No caminamos hacia el caos. Podemos confiar en Dios, nuestro Creador y Padre.

Desde esta confianza total, Jesús expone su esperanza: la creación actual terminará, pero será para dejar paso a una nueva creación, que tendrá por centro a Cristo resucitado. ¿Es posible creer algo tan grandioso? ¿Podemos hablar así antes de que nada haya ocurrido?
Jesús recurre a imágenes que todos pueden entender. Un día el sol y la luna que hoy iluminan la tierra y hacen posible la vida, se apagarán. El mundo quedará a oscuras. ¿Se apagará también la historia de la Humanidad? ¿Terminarán así nuestras esperanzas?

Según la versión de Marcos, en medio de esa noche se podrá ver al "Hijo del Hombre", es decir, a Cristo resucitado que vendrá "con gran poder y gloria". Su luz salvadora lo iluminará todo. Él será el centro de un mundo nuevo, el principio de una humanidad renovada para siempre.

Jesús sabe que no es fácil creer en sus palabras. ¿Cómo puede probar que las cosas sucederán así? Con una sencillez sorprendente, invita a vivir esta vida como una primavera. Todos conocen la experiencia: la vida que parecía muerta durante el invierno comienza a despertar; en las ramas de la higuera brotan de nuevo pequeñas hojas. Todos saben que el verano está cerca.


Esta vida que ahora conocemos es como la primavera. Todavía no es posible cosechar. No podemos obtener logros definitivos. Pero hay pequeños signos de que la vida está en gestación. Nuestros esfuerzos por un mundo mejor no se perderán. Nadie sabe el día, pero Jesús vendrá. Con su venida se desvelará el misterio último de la realidad que los creyentes llamamos Dios.


domingo, 11 de noviembre de 2018

NEUROSIS DE POSESIÓN




Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 12, 38-44

Esa pobre viuda ha echado más que nadie. 
Una de las aportaciones más valiosas de la fe cristiana al hombre contemporáneo es, quizás, la de ayudarle a vivir con un sentido más humano en medio de una sociedad enferma de «neurosis de posesión».

El modelo de sociedad y de convivencia que configura nuestro vivir diario está basado no en lo que cada hombre es, sino en lo que cada hombre tiene. Lo importante es «tener» dinero, prestigio, poder, autoridad... El que posee esto, sale adelante y triunfa en la vida. El que no logra algo de esto, queda descalificado.

Desde los primeros años, al niño se le «educa» más para tener que para ser. Lo que interesa es que se capacite para que el día de mañana «tenga» una posición, unos ingresos, un nombre, una seguridad. Así, casi inconscientemente, preparamos a las nuevas generaciones para la competencia y la rivalidad.

Vivimos en un modelo de sociedad que fácilmente empobrece a las personas. La demanda de afecto, ternura y amistad que late en todo hombre es atendida con objetos. La comunicación humana queda sustituida por la posesión de cosas.

Los hombres se acostumbran a valorarse a sí mismos por lo que poseen o lo que son capaces de llegar a poseer. Y, de esta manera, corren el riesgo de irse incapacitando para el amor, la ternura, el servicio generoso, la ayuda amistosa, el sentido gratuito de la vida. Esta sociedad no ayuda a crecer en amistad, solidaridad y preocupación por los derechos del otro.

Por eso, cobra especial relieve en nuestros días la invitación del evangelio a valorar al hombre desde su capacidad de servicio y solidaridad.

La grandeza de una vida se mide en último término no por los conocimientos que uno posee, ni por los bienes que ha conseguido acumular, ni por el éxito social que ha podido alcanzar, sino por la capacidad de servir y ayudar a los otros a ser más humanos.

El hombre más poderoso, más sabio y más rico, queda descalificado como hombre si no es capaz de hacer algo gratis por los demás.

Cuántas gentes humildes, como la viuda del evangelio, aportan más a la humanización de nuestra sociedad con su vida sencilla de solidaridad y ayuda generosa a los necesitados, que tantos protagonistas de nuestra vida social, económica y política, hábiles defensores de sus intereses, su protagonismo y su posición.

domingo, 4 de noviembre de 2018

EL AMOR SE APRENDE




Reflexión inspirada en el Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

“Amarás a tu prójimo.”

Casi nadie piensa que el amor es algo que hay que ir aprendiendo poco a poco a lo largo de la vida. La mayoría da por supuesto que el ser humano sabe amar espontáneamente.

Por eso se pueden detectar tantos errores y tanta ambigüedad en ese mundo misterioso y atractivo del amor.

Hay quienes piensan que el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado y no en amar. Por eso se pasan la vida esforzándose por lograr que se los ame.

Para estas personas lo importante es ser atractivo, resultar agradable, tener una conversación interesante, hacerse querer. En general, terminan siendo bastante desdichados.

Otros están convencidos de que amar es algo sencillo y que lo difícil es encontrar personas agradables y apropiadas a las que se les pueda querer. Estos sólo se acercan a quien les cae simpático. En cuanto no encuentran la respuesta apetecida, su «amor» se desvanece.

Hay quienes confunden el amor con el deseo. Todo lo reducen a encontrar a alguien que satisfaga su deseo de compañía, afecto o placer. Cuando dicen “te quiero”, en realidad están diciendo “te deseo”, “me apetece”.

Cuando Jesús habla del amor a Dios y al prójimo como lo más importante y decisivo de la vida, está pensando en otra cosa.

Para Jesús, el amor es la fuerza que mueve y hace crecer la vida pues nos puede liberar de la soledad y la separación para hacernos entrar en la comunión con Dios y con los otros.

Pero, concretamente, ese “amar al prójimo como a uno mismo” requiere un verdadero aprendizaje, siempre posible para quien tiene a Jesús como Maestro.

La primera tarea es aprender a escuchar al otro. Tratar de comprender lo que ocurre en su intimidad. Sin esa escucha sincera de sus sufrimientos, necesidades y aspiraciones no es posible el verdadero amor.

Lo segundo es aprender a dar. No hay amor allí donde no hay entrega generosa, donación desinteresada, regalo. El amor es todo lo contrario a acaparar, apropiarse del otro, utilizarlo, aprovecharse de él.

Por último, amar exige aprender a perdonar. Aceptar al otro con sus debilidades y su mediocridad. No retirar rápidamente la amistad o el amor. Ofrecer una y otra vez la posibilidad del reencuentro. Devolver bien por mal.



jueves, 1 de noviembre de 2018

TODOS LOS SANTOS


MAL PROGRAMADOS


Reflexión inspirada en el Evangelio según san Mateo 4, 25—5, 12

Todos experimentamos que la vida está sembrada de problemas y conflictos que en cualquier momento nos pueden hacer sufrir. Pero, a pesar de todo, podemos decir que la «felicidad interior» es uno de los mejores indicadores para saber si una persona está acertando en el difícil arte de vivir. Se podría incluso afirmar que la verdadera felicidad no es sino la vida misma cuando está siendo vivida con acierto y plenitud.

Nuestro problema consiste en que la sociedad actual nos programa para buscar la felicidad por caminos equivocados que casi inevitablemente nos conducirán a vivir de manera desdichada.

Una de las instrucciones erróneas dice así: «Si no tienes éxito, no vales». Para conseguir la aprobación de los demás e, incluso, la propia estima hay que triunfar.

La persona así programada difícilmente será dichosa. Necesitará tener éxito en todas sus pequeñas o grandes empresas. Cuando fracase en algo, sufrirá de manera indebida. Fácilmente crecerá su agresividad contra la sociedad y contra la misma vida.

Esa persona quedará, en gran parte, incapacitada para descubrir que ella vale por sí misma, por lo que es, aun antes de que se le añadan éxitos o logros personales.

La segunda equivocación es ésta: «Si quieres tener éxito, has de valer más que los demás». Hay que ser siempre más que los otros, sobresalir, dominar.

La persona así programada está llamada a sufrir. Vivirá siempre envidiando a los que han logrado más éxito, los que tienen mejor nivel de vida, los de posición más brillante.

En su corazón crecerá fácilmente la insatisfacción, la envidia oculta, el resentimiento. No sabrá disfrutar de lo que es y de lo que tiene. Vivirá siempre mirando de reojo a los demás. Así, difícilmente se puede ser feliz.

Otra consigna equivocada: «Si no respondes a las expectativas, no puedes ser feliz». Has de responder a lo que espera de ti la sociedad, ajustarte a los esquemas. Si no entras por donde van todos, puedes perderte.

La persona así programada se estropea casi inevitablemente. Termina por no conocerse a sí misma ni vivir su propia vida. Sólo busca lo que buscan todos, aunque no sepa exactamente por qué ni para qué.


Las Bienaventuranzas nos invitan a preguntarnos si tenemos la vida bien planteada o no, y nos urgen a eliminar programaciones equivocadas. ¿Qué sucedería en mi vida si yo acertara a vivir con un corazón más sencillo, sin tanto afán de posesión, con más limpieza interior, más atento a los que sufren, con una confianza grande en un Dios que me ama de manera incondicional? Por ahí va el programa de vida que nos trazan las Bienaventuranzas de Jesús.

domingo, 28 de octubre de 2018

CON OJOS NUEVOS



Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 10, 46b-52

La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.

Bartimeo es "un mendigo ciego sentado al borde del camino". En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirle. Está junto al camino por el que marcha él, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?

Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?

A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.

Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.

El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: "Ánimo, levántate, que te llama". Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.

El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: "Maestro, que pueda ver". Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y "le seguía por el camino".

Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndole de cerca.



domingo, 21 de octubre de 2018

ÉXITO EN LA VIDA



Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 10, 35-45 


El que quiera ser grande, sea vuestro servidor. 

«El que quiera ser grande que, se ponga a servir». ¿Qué eco pueden tener estas palabras de Jesús en la sociedad actual? Nadie quiere ser hoy grande ni héroe ni santo. Basta con «triunfar» asegurándonos una buena calidad de vida, éxito profesional y un bienestar afectivo suficiente. 

El ideal no es crecer y ser persona. Lo importante es sentirse bien, cuidar la salud, gestionar bien el stress y no complicarse la vida. Lo inteligente es vivir a gusto, ser «buena onda» y tener siempre algo interesante que hacer o contar. Ser un «triunfador». 

Y, ¿los demás? ¿Quién piensa en los demás? Lo que haga cada uno es cosa suya. No vamos a metemos en la vida de los otros. Hay que ser tolerantes. Lo importante es no hacer daño a nadie. Respetar siempre a todos. 

Eso sí, a ser posible, es mejor vivir sin tener que depender de los demás. Mantener una sana «independencia» sin quedar presos de ningún vínculo exigente. Hay que ser «hábil» y no asumir compromisos, responsabilidades o cargas que luego no nos dejarán vivir a gusto. 

¿Servir a los demás? Un «triunfador» no entiende exactamente qué quiere decir «servir». Más bien tiende a «servirse» de los demás y a utilizarlos para sus intereses y juegos. 

Pero, ¿qué es triunfar en la vida? Con frecuencia, este individuo autosuficiente y triunfador termina sintiéndose más frágil y perdido que lo que nunca pudo pensar. Poco a poco, puede uno quedarse sin raíces ni fuerza interior, centrado en uno mismo, encerrado en la soledad de su propio corazón. El riesgo de todo triunfador es caer derribado por su falta de amor. 

Según Jesús, si alguien quiere triunfar en la vida, ha de saber amar, salir de su narcisismo, abrir los ojos y ser sensible al sufrimiento de los demás. No es una piadosa consideración cristiana. Mientras creemos estar triunfando en la vida, la podemos estar estropeando cada día un poco más. Nadie es triunfador si no hace más feliz la vida de los demás.




domingo, 14 de octubre de 2018

UN VACÍO EXTRAÑO



Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 10,17-30
 Una cosa te falta…
Vivimos en la «cultura del tener». Esto es lo que se afirma de diversas maneras en casi todos los estudios que analizan la sociedad occidental. Poco a poco el estilo de vida del hombre contemporáneo se va orientando hacia el tener, acaparar y poseer. Para muchos es la única tarea rentable y sensata. Todo lo demás viene después.

Ciertamente ganar dinero, poder comprar cosas y poseer toda clase de bienes produce bienestar. La persona se siente más segura, más importante, con mayor poder y prestigio. Pero cuando la vida se orienta sólo en la dirección del acaparar siempre más y más, la persona puede terminar arruinando su ser.

El tener no basta, no sostiene al individuo, no le hace crecer. Sin darse cuenta, la persona va introduciendo cada vez más necesidades artificiales en su vida. Poco a poco va olvidando lo esencial. Se rodea de objetos, pero se incapacita para la relación viva con las personas. Se preocupa de muchas cosas pero no cuida lo importante. Pretende responder a sus deseos más hondos satisfaciendo necesidades periféricas. Vive en el bienestar pero no se siente bien.

Éste es precisamente uno de los fenómenos más paradójicos en la sociedad actual: el número de personas «satisfechas» que terminan cayendo en la frustración y el vacío existencial. Desde su amplia y reconocida labor psicoterapeuta, Viktor Frankl ha mostrado la razón última de este «vacío existencial». Cogidas por el bienestar, estas personas olvidan que, para desplegar su ser, el individuo necesita salir de sí mismo, servir a una causa, entregarse, amar a alguien, compartir. Sin esta «autotrascendencia» no hay verdadera felicidad.

De este vacío no libera ni la religión cuando también ella se convierte en objeto de consumo. La persona «tiene» entonces una religión, pero su corazón está lejos de Dios; posee un catálogo de verdades que confiesa con los labios pero no se abre a la verdad de Dios. Trata de acumular méritos pero no crece en capacidad de amar.

Es significativa la escena del evangelio. Un rico se acerca a Jesús. No le pregunta por esta vida pues la tiene asegurada. Lo que quiere es que la religión le asegure la vida eterna. Jesús le habla claro: «Una cosa te falta: liberarte de tus bienes y aprender a compartir con los necesitados».


domingo, 7 de octubre de 2018

ANTES DE SEPARARSE




Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 10,2-16

“Lo que Dios ha unido…”

Hoy se habla cada vez menos de fidelidad. Basta escuchar ciertas conversaciones para constatar un clima muy diferente. “Hemos pasado las vacaciones cada uno por su cuenta”. “Mi marido tiene una amante, me costó aceptarlo, pero ¿qué podía hacer?”. “Es que sólo con mi marido me aburro”.

Algunas parejas consideran que el amor es algo espontáneo. Si brota y permanece vivo, todo va bien. Si se enfría y desaparece, la convivencia resulta intolerable. Entonces lo mejor es separarse “de manera civilizada”.

No todos reaccionan así. Hay parejas que se dan cuenta de que ya no se aman, pero no por eso desean separarse, sin que puedan explicarse exactamente por qué. Sólo se preguntan hasta cuándo podrá durar esa situación.

Hay también quienes han encontrado un amor fuera de su matrimonio y se sienten tan atraídos por esa nueva relación que no quieren verse privados de ella. No quieren perderse nada. Ni su matrimonio ni ese amor extramatrimonial. Pero no saben cómo navegar entre ambos.

Las situaciones son muchas y, con frecuencia, muy dolorosas. Mujeres que lloran en secreto su abandono y humillación. Esposos que se aburren en una relación insoportable. Niños tristes que sufren el desamor de sus padres.

Estas parejas no necesitan ahora una receta para salir de su situación. Sería demasiado fácil. Lo primero que les podemos ofrecer es respeto, escucha discreta, aliento para vivir y, tal vez, una palabra lúcida de orientación. Sin embargo, puede ser oportuno recordar algunos pasos fundamentales que siempre es necesario dar.

Lo primero es no renunciar al diálogo. Hay que esclarecer la relación. Desvelar con sinceridad lo que siente y vive cada uno. Tratar de entender lo que se oculta tras ese malestar creciente. Descubrir lo que no funciona. Poner nombre a tantos agravios mutuos que se han ido acumulando sin ser nunca elucidados.

Pero el diálogo no basta. Estas situaciones no se resuelven sin generosidad y espíritu de nobleza. Si cada uno se encierra en una postura de egoísmo mezquino, el conflicto se agrava, los ánimos se crispan y lo que un día fue amor se convierte en odio secreto y mutua destrucción.

Hay que recordar también que el amor se vive en la vida ordinaria y repetida de lo cotidiano. Es pura ilusión querer escapar de ello. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan consistencia real al amor.

La frase de Jesús: “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” tiene sus exigencias mucho antes de que llegue la ruptura, pues las parejas se van separando poco a poco, en la vida de cada día.




domingo, 30 de septiembre de 2018

FE Y PLURALISMO




Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 9,38-43.45.47-48

 No es de los nuestros.

Poco a poco, se va tomando conciencia de que uno de los hechos más importantes de la época moderna y de consecuencias más profundas es, sin duda, el pluralismo. La cultura moderna, el desarrollo de los medios de comunicación y la facilidad para viajar hacen que cualquier persona entre hoy en contacto con otras culturas, religiones o ideologías muy diferentes a las suyas.

El hecho no es nuevo en la historia de la humanidad y se ha dado con cierta frecuencia en las grandes ciudades. Lo nuevo del pluralismo moderno es la fuerza que va adquiriendo ese fenómeno que el sociólogo norteamericano Peter L. Berger llama, en su último libro, «la contaminación cognoscitiva»: los diferentes estilos de vida, valores, creencias, posiciones religiosas y morales se mezclan cada vez más. Y no solo en el seno de la sociedad; también en el interior de cada uno.

Las personas reaccionan de diversas maneras ante esta realidad. Hay bastantes que caen en un relativismo generalizado; han descubierto que su religión o su moral no es la única posible, y, poco a poco, se ha abierto en ellas el resquicio de la duda: « ¿Dónde estará la verdad?» Hay quienes optan entonces por ahondar en su propia fe para conocerla y fundamentarla mejor. Pero hay también quienes se abandonan a un relativismo total: «Nada se puede saber con certeza»; «todo da igual»; « ¿para qué complicarse más?»

Otros, por el contrario, se atrincheran en una ortodoxia de «ghetto» y hasta en el fanatismo. Es difícil para muchos vivir sin seguridad absoluta, sobre todo en lo que afecta a las cuestiones más vitales de la existencia. Por eso, cuando el relativismo parece ya excesivo en una sociedad, es normal que el absolutismo y el integrismo doctrinal adquieran para algunos un fuerte atractivo. Hay que defender la propia ortodoxia y combatir los errores: «Fuera de nuestro grupo no hay nada bueno ni verdadero.» Naturalmente, no pienso solo en «ortodoxias» de carácter religioso; las hay también de orden político o ideológico, vinculadas a un determinado estilo de vida o de filosofía.

No es fácil vivir hoy con honestidad las propias convicciones en una sociedad que parece tolerarlo todo, pero donde los fanatismos vuelven a cobrar tanta fuerza. Los cristianos, por nuestra parte, habremos de aprender a vivir nuestra propia fe sin disolverla ligeramente en falsos relativismos y sin encerrarnos ciegamente en fanatismos que poco tienen que ver con el espíritu de Cristo.

Siempre es posible la lealtad innegociable al mensaje de Cristo y a su persona, y la apertura honesta a todo lo bueno y positivo que se encuentra fuera del cristianismo. Esta es la lección que nos llega de ese Jesús que, en cierta ocasión, corrigió a sus discípulos cuando rechazaban a un hombre que «echaba demonios», solo porque, según decían, «no es de los nuestros». El mensaje de Jesús es claro: El que hace el bien, aunque no sea de los nuestros, está a favor nuestro.