sábado, 26 de agosto de 2017

JESÚS NAZARENO, NUESTRO ÚNICO SEÑOR

FIESTA DE JESÚS NAZARENO 
EN LA DIÓCESIS DE PUNTA ARENAS - CHILE





Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 16, 13-20


"¿Quién dicen ustedes que soy yo?". Lo mismo que los primeros discípulos, también los cristianos de hoy hemos de responder a Jesús para recordar de quién nos hemos fiado, a quién estamos siguiendo y qué podemos esperar de él. También nosotros vivimos animados por la misma fe.

Jesús, tú eres el Hijo de Dios vivo. Creemos que vienes de Dios. Tú nos puedes acercar como nadie a su Misterio. De ti podemos aprender a confiar siempre en él, a pesar de los interrogantes, dudas e incertidumbres que nacen en nuestro corazón. ¿Quién reavivará nuestra fe en un Dios Amigo si no eres tú? En medio de la noche que cae sobre tus seguidores, muéstranos al Padre.

Jesús, tú eres el Mesías, el gran regalo del Padre al mundo entero. Tú eres lo mejor que tenemos tus seguidores, lo más valioso y atractivo. ¿Por qué se apaga la alegría en tu Iglesia? ¿Por qué no acogemos, disfrutamos y celebramos tu presencia buena en medio de nosotros? Jesús, sálvanos de la tristeza y contágianos tu alegría.

Jesús, tú eres nuestro Salvador. Tú tienes fuerza para sanar nuestra vida y encaminar la historia humana hacia su salvación definitiva. Señor, la Iglesia que tú amas está enferma. Es débil y ha envejecido. Nos faltan fuerzas para caminar hacia el futuro anunciando con vigor tu Buena Noticia. Jesús, si tú quieres, puedes curarnos.

Jesús, tú eres la Palabra de Dios hecha carne. El gran Indignado que ha acampado entre nosotros para denunciar nuestro pecado y poner en marcha la renovación radical que necesitamos. Sacude la conciencia de tus seguidores. Despiértanos de una religión que nos tranquiliza y adormece. Recuérdanos nuestra vocación primera y envíanos de nuevo a anunciar tu reino y curar la vida.

Jesús, tú eres nuestro único Señor. No queremos sustituirte con nadie. La Iglesia es sólo tuya. No queremos otros señores. ¿Por qué no ocupas siempre el centro de nuestras comunidades? ¿Por qué te suplantamos con nuestro protagonismo? ¿Por qué ocultamos tu evangelio? ¿Por qué seguimos tan sordos a tus palabras si son espíritu y vida? Jesús, ¿a quién vamos a ir? Tú sólo tienes palabras de vida eterna.


Jesús, tú eres nuestro Amigo. Así nos llamas tú, aunque casi lo hemos olvidado. Tú has querido que tu Iglesia sea una comunidad de amigos y amigas. Nos has regalado tu amistad. Nos has dejado tu paz. Nos la has dado para siempre. Tú estás con nosotros hasta el final. ¿Por qué tanta discordia, recelo y enfrentamientos entre tus seguidores? Jesús, danos hoy tu paz. Nosotros no la sabemos encontrar.


domingo, 20 de agosto de 2017

Domingo 20 de agosto de 2017.


EL GRITO DE LA MUJER

Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 15, 21-28

Se puso a gritarle.

Cuando, en los años ochenta, Mateo escribe su evangelio, la Iglesia tiene planteada una grave cuestión: ¿Qué han de hacer los seguidores de Jesús? ¿Encerrarse en el marco del pueblo judío o abrirse también a los paganos?

Jesús sólo había actuado dentro de las fronteras de Israel. Ejecutado rápidamente por los dirigentes del templo, no había podido hacer nada más.

Sin embargo, rastreando en su vida, los discípulos recordaron dos cosas muy iluminadoras. Primero, Jesús era capaz de descubrir entre los paganos una fe más grande que entre sus propios seguidores. Segundo, Jesús no había reservado su compasión sólo para los judíos. El Dios de la compasión es de todos.

La escena es conmovedora. Una mujer sale al encuentro de Jesús. No pertenece al pueblo elegido. Es pagana. Proviene del maldito pueblo de los cananeos que tanto había luchado contra Israel. Es una mujer sola y sin nombre. No tiene esposo ni hermanos que la defiendan. Tal vez, es madre soltera, viuda, o ha sido abandonada por los suyos.

Mateo sólo destaca su fe. Es la primera mujer que habla en su evangelio.

Toda su vida se resume en un grito que expresa lo profundo de su desgracia.

Viene detrás de los discípulos «gritando». No se detiene ante el silencio de Jesús ni ante el malestar de sus discípulos. La desgracia de su hija, poseída por «un demonio muy malo», se ha convertido en su propio dolor: «Señor ten compasión de mí».

En un momento determinado la mujer alcanza al grupo, detiene a Jesús, se postra ante él y de rodillas le dice: «Señor socórreme». No acepta las explicaciones de Jesús dedicado a su quehacer en Israel. No acepta la exclusión étnica, política, religiosa y de sexos en que se encuentran tantas mujeres, sufriendo en su soledad y marginación.

Es entonces cuando Jesús se manifiesta en toda su humildad y grandeza: «Mujer qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». La mujer tiene razón. De nada sirven otras explicaciones. Lo primero es aliviar el sufrimiento. Su petición coincide con la voluntad de Dios.

¿Qué hacemos los cristianos de hoy ante los gritos de tantas mujeres solas, marginadas, maltratadas y olvidadas por la Iglesia? ¿Las dejamos de lado justificando nuestro abandono por exigencias de otros quehaceres? Jesús no lo hizo.

domingo, 13 de agosto de 2017

Domingo 19º del tiempo ordinario

SOBRE EL AGUA

Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 14, 22-33

“Echó a andar sobre el agua”

Son muchos los creyentes que estos últimos años se han sentido a la intemperie y como desamparados en medio de una crisis y confusión general.

Los pilares en los que tradicionalmente se apoyaba su fe se han visto sacudidos violentamente desde sus raíces. La autoridad de la Iglesia, la infalibilidad del Papa, el magisterio de los Obispos, ya no pueden sostenerlos en sus convicciones religiosas. Un lenguaje nuevo y desconcertante ha llegado hasta sus oídos creando un malestar y una confusión antes desconocidos. La «falta de acuerdo» en los mismos sacerdotes y hasta en los Obispos les ha sumido en el desconcierto.

Con mayor o menor sinceridad, son bastantes los que se preguntan: ¿Qué debemos creer? ¿A quién debemos escuchar? ¿Qué dogma hay que aceptar? ¿Qué moral hay que seguir? Y son muchos los que, al no poder responder a estas preguntas con la certeza de otros tiempos, tienen la sensación de estar «perdiendo la fe».

Sin embargo, no debemos confundir nunca la fe con la mera afirmación teórica de unas verdades o principios. Ciertamente, la fe implica una visión de la vida y una peculiar concepción del hombre, su tarea y su destino último.

Pero ser creyente es algo más profundo y radical. Y consiste, antes que nada, en una apertura confiada a Jesucristo como sentido último de toda nuestra vida, criterio definitivo de nuestro amor a los hermanos, y esperanza última de nuestro futuro.

Por eso, se puede ser verdadero creyente y no ser capaz de formular con certeza determinados aspectos de la concepción cristiana de la vida. Y se puede también afirmar con seguridad absoluta los diversos dogmas cristianos y no vivir entregados a Dios en actitud de fe.

Mateo nos ha descrito la verdadera fe al presentar a Pedro que «caminaba sobre el agua» acercándose a Jesús. Eso es creer. Caminar sobre el agua y no sobre tierra firme. Apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras propias razones, argumentos y definiciones. Vivir sostenidos no por nuestra seguridad, sino por nuestra confianza en él.




domingo, 6 de agosto de 2017

Domingo 18º del tiempo ordinario



MIEDO A JESÚS


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 17,1-9


La escena conocida como "la transfiguración de Jesús" concluye de una manera inesperada. Una voz venida de lo alto sobrecoge a los discípulos: «Este es mi Hijo amado»: el que tiene el rostro transfigurado. «Escúchenle a él». No a Moisés, el legislador. No a Elías, el profeta. Escuchen a Jesús. Sólo a él.

«Al oír esto, los discípulos caen de bruces, llenos de espanto». Les aterra la presencia cercana del misterio de Dios, pero también el miedo a vivir en adelante escuchando sólo a Jesús. La escena es insólita: los discípulos preferidos de Jesús caídos por tierra, llenos de miedo, sin atreverse a reaccionar ante la voz de Dios.

La actuación de Jesús es conmovedora: «Se acerca» para que sientan su presencia amistosa. «Los toca» para infundirles fuerza y confianza. Y les dice unas palabras inolvidables: «Levántense. No teman». Pónganse de pie y síganme. No tengan miedo a vivir escuchándome a mí.

Es difícil ya ocultarlo. En la Iglesia tenemos miedo a escuchar a Jesús. Un miedo soterrado que nos está paralizando hasta impedirnos vivir hoy con paz, confianza y audacia tras los pasos de Jesús, nuestro único Señor.

Tenemos miedo a la innovación, pero no al inmovilismo que nos está alejando cada vez más de los hombres y mujeres de hoy. Se diría que lo único que hemos de hacer en estos tiempos de profundos cambios es conservar y repetir el pasado. ¿Qué hay detrás de este miedo? ¿Fidelidad a Jesús o miedo a poner en "odres nuevos" el "vino nuevo" del Evangelio?

Tenemos miedo a unas celebraciones más vivas, creativas y expresivas de la fe de los creyentes de hoy, pero nos preocupa menos el aburrimiento generalizado de tantos cristianos buenos que no pueden sintonizar ni vibrar con lo que allí se está celebrando. ¿Somos más fieles a Jesús urgiendo minuciosamente las normas litúrgicas, o nos da miedo "hacer memoria" de él celebrando nuestra fe con más verdad y creatividad?

Tenemos miedo a la libertad de los creyentes. Nos inquieta que el pueblo de Dios recupere la palabra y diga en voz alta sus aspiraciones, o que los laicos asuman su responsabilidad escuchando la voz de su conciencia. En algunos crece el recelo ante religiosos y religiosas que buscan ser fieles al carisma profético que han recibido de Dios. ¿Tenemos miedo a escuchar lo que el Espíritu puede estar diciendo a nuestras iglesias? ¿No tememos apagar el Espíritu en el pueblo de Dios?


En medio de su Iglesia Jesús sigue vivo, pero necesitamos sentir con más fe su presencia y escuchar con menos miedo sus palabras: «Levántense. No tengan miedo».