domingo, 31 de diciembre de 2017

LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ.

EN FAMILIA...



Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 2,13-15.19-23


Cogió al niño y a su madre, y volvió a Israel.

Las fiestas de Navidad han tenido entre nosotros un carácter entrañable diferente al de otras fiestas que se suceden a lo largo del año. Estos días navideños se caracterizan todavía hoy por un clima más familiar y hogareño. Para muchos siguen siendo una fiesta de reunión y encuentro familiar. Ocasión para reunirse todos alrededor de una mesa a compartir con gozo el calor del hogar.

Estos días parecen reforzarse los lazos familiares. Se diría que es más fácil la reconciliación y el acercamiento entre familiares enfrentados o distantes. Por otra parte, se recuerda más que nunca la ausencia de los seres queridos muertos o alejados del hogar.

Sin embargo, es fácil observar que el clima hogareño de estas fiestas se va deteriorando cada año más. La fiesta se desplaza fuera del hogar. Los hijos corren a las salas de fiestas. Las familias se trasladan al restaurante. Se nos invita ya a «celebrar estas fiestas en el casino».

Probablemente son muchos los factores de diverso orden que explican este cambio social. Pero hay algo que, en cualquier caso, no hemos de olvidar. Es difícil el encuentro familiar cuando a lo largo del año no se vive en familia. Incluso, se hace insoportable cuando no existe un verdadero diálogo entre padres e hijos o cuando el amor de los esposos se va enfriando.

Todo ello facilita cada vez más la celebración de estas fiestas fuera del hogar. Es más fácil la reunión ruidosa de esas cenas superficiales y vacías de un restaurante. El clima que ahí se crea no obliga a vivir la Navidad con la hondura humana y cristiana que el marco del hogar parecía exigir. De ahí que estas fiestas navideñas que, durante tantos años, han reavivado el calor entrañable del hogar, sean quizás hoy en muchos hogares uno de los momentos más reveladores del deterioro de la vida familiar.


Pero la actitud del creyente no puede ser de desaliento. El nacimiento del Señor nos invita a renacer y trabajar por el nacimiento de un hombre nuevo, una familia nueva, una sociedad diferente. Estamos pasando de una familia más numerosa, tradicional, autoritaria y estable, a una familia más reducida, libre, inestable y conflictiva, pero el hombre siempre necesitará un hogar en donde pueda crecer como persona. El mismo Hijo de Dios nació y creció en el seno de una familia.

domingo, 24 de diciembre de 2017

DOMINGO 4º DE ADVIENTO

CON ALEGRÍA



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 1,26-38


“Alégrate... No tengas miedo.” 

El evangelista Lucas temía que sus lectores leyeran su escrito de cualquier manera. Lo que les quería anunciar no era una noticia más, como tantas otras que se corrían por el imperio. Debían preparar su corazón: despertar la alegría, desterrar miedos y creer que Dios estaba cerca, dispuesto a transformar su vida.

Con un arte difícil de igualar, recreó una escena evocando el mensaje que María escuchó en lo íntimo de su corazón para acoger el nacimiento de su hijo Jesús. Todos podrían unirse a ella para acoger al Salvador.

¿Es posible hoy prepararse para recibir a Dios?

«Alégrate». Es la primera palabra que escucha el que se prepara para vivir una experiencia buena. Hoy no sabemos esperar. Somos como niños impacientes que lo quieren todo enseguida. Vivimos llenos de cosas. No sabemos estar atentos para conocer nuestros deseos más profundos. Sencillamente, se nos ha olvidado esperar a Dios y ya no sabemos cómo encontrar la alegría.

Nos estamos perdiendo lo mejor de la vida. Nos contentamos con la satisfacción, el placer y la diversión que nos proporciona el bienestar. En el fondo, sabemos que es un error, pero no nos atrevemos a creer que Dios, acogido con fe sencilla, nos puede descubrir otros caminos hacia la alegría.

«No tengas miedo». La alegría es imposible cuando se vive lleno de miedos que nos amenazan por dentro y desde fuera. ¿Cómo pensar, sentir y actuar de manera positiva y esperanzadora?, ¿cómo olvidar nuestra impotencia y nuestra cobardía para enfrentarnos al mal?

Se nos ha olvidado que cuidar nuestra vida interior es más importante que todo lo que nos viene desde fuera. Si estamos vacíos por dentro, somos vulnerables a todo. Se va diluyendo nuestra confianza en Dios y no sabemos cómo defendernos de lo que nos hace daño.

«El Señor está contigo». Dios es una fuerza creadora que es buena y nos quiere bien. No vivimos solos, perdidos en el cosmos. La humanidad no está abandonada. ¿De dónde sacar verdadera esperanza si no es del misterio último de la vida? Todo cambia cuando el ser humano se siente acompañado por Dios.


Necesitamos celebrar el «corazón» de la Navidad, no su corteza. Necesitamos hacer más sitio a Dios en nuestra vida. Nos irá mejor.

domingo, 17 de diciembre de 2017

DOMINGO 3º DE ADVIENTO


¿TEMOR O ALEGRÍA?


Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 1, 14-20

… a proclamar el Evangelio de Dios.

Hoy el término «evangelio» hace pensar espontáneamente en uno de los cuatro libros que recogen el mensaje y la actuación de Jesús. No era así para las primeras generaciones cristianas que conocían bien el significado de esta palabra griega: «buena noticia». En el Nuevo Testamento se emplean expresiones como «el evangelio de Dios» (Pablo), «el evangelio de Jesucristo» (Marcos) o «el evangelio del Reino» (Mateo) para decir que el Dios del que habla Jesús es una «buena noticia», algo «nuevo y bueno» para el ser humano.

Conozco a no pocas personas para las que Dios no es algo bueno. Su religión se ha alimentado durante muchos años del miedo a Dios. Oyen hablar de su misericordia infinita, pero no pueden substraerse a un temor grande a la justicia divina. Tienen miedo a encontrarse con Dios después de la muerte. No se atreven a confiar en su misericordia frenados, tal vez, por la imagen de Dios que ha quedado en su conciencia.

Por eso, puede ser importante dar a conocer el mensaje central de Teresa de Lisieux, declarada «doctora de la Iglesia» por Juan Pablo II. Sorprende y conmueve la audacia de su confianza en la misericordia infinita de Dios. «A través de ella —dice la santa— contemplo y adoro las demás perfecciones divinas.., entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás ésta más aún que las demás) me parece revestida de amor.»

Para Teresa de Lisieux, la «justicia de Dios» no tiene nada que ver con los tribunales humanos. Es la justicia de alguien que es amor y misericordia infinita. Por eso, la justicia de Dios que a tantos espanta, constituye para ella motivo de alegría y de confianza. Escuchemos sus palabras: «Yo sé que hay que estar muy puros para comparecer ante el Dios de toda santidad, pero sé también que el Señor es infinitamente justo. Y esta justicia, que asusta a tantas almas, es precisamente lo que constituye el motivo de mi alegría y de mi confianza... Precisamente porque es justo, es compasivo y misericordioso.., se acuerda de que somos barro.»

Teresa se alegra al pensar en la justicia de Dios: «Qué alegría pensar que Dios es justo!, es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades... Siendo así, ¿de qué voy a tener miedo? El Dios infinitamente justo, que se dignó perdonar con tanta bondad todas las culpas del hijo pródigo, ¿no va a ser justo también conmigo?»


Según el célebre escritor francés G. Bernanos, la invitación de la santa de Lisieux a confiar totalmente en la misericordia de Dios no es una receta más de «confitería devota», sino «uno de los mensajes más misteriosos y urgentes que jamás haya recibido el mundo». El mensaje del mismo Jesús olvidado muchas veces por los suyos. 

domingo, 10 de diciembre de 2017

HACER CAMINOS



Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 1,1-8

 Preparen el camino del Señor.

«Preparen el camino al Señor». Tal vez, es la primera llamada que hemos de escuchar hoy los cristianos. La más urgente y decisiva. Estamos tratando de hacer no pocas cosas, pero ¿cómo preparar nuevos caminos al Señor en nuestras comunidades?

Antes que nada, nos hemos de parar para detectar qué zonas de nuestra vida no están iluminadas o conducidas por el Espíritu de Jesús. Podemos funcionar bien como una comunidad religiosa en torno al culto, pero seguir impermeables a aspectos esenciales del Evangelio. ¿En qué nos reconocería hoy Jesús como sus discípulos y seguidores?

Además, hemos de discernir la calidad evangélica de lo que hacemos. La palabra de Jesús nos puede liberar de algunos autoengaños. No todo lo que vivimos viene de Galilea. Si no somos un grupo configurado por los rasgos esenciales de Jesús, ¿qué somos exactamente?

Es esencial «buscar el reino de Dios y su justicia». Rebelarnos frente a la indiferencia social que nos impide mirar la vida desde los que sufren. Resistirnos a formas de vida que nos encierran dentro de nuestro egoísmo. Si no contagiamos compasión y atención a los últimos, ¿qué estamos difundiendo en la sociedad?

Hay un «imperativo cristiano» que podría orientamos en la búsqueda real de la justicia de Dios en el mundo: actuar entre nosotros de tal forma que ese comportamiento se pudiera convertir en norma universal para todos los humanos. Señalar testimonialmente caminos hacia un mundo más justo, amable y esperanzado. ¿Cambiaría mucho la sociedad si todos actuaran como lo hacemos en nuestra pequeña comunidad?


Seguramente, sería enriquecedor introducir entre nosotros aquel lema incisivo y sugerente que circuló hace unos años en comunidades cristianas de Alemania: «Piensa globalmente y actúa localmente». Hemos de abrir el horizonte de nuestras comunidades hasta el mundo entero; aprender a procesar la información que recibimos desde la mirada compasiva de Dios hacia todas sus criaturas. Luego, abrir caminos de compasión y justicia en el pequeño mundo en que nos movemos cada día.



viernes, 8 de diciembre de 2017

AVE MARÍA




Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 1,26-38

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.”
Hace algunos años me encontré con una persona que, después de una larga crisis religiosa, buscaba de nuevo a Dios. Después de una larga conversación, me confesó que quería rezar. Hacía mucho tiempo que había abandonado toda práctica religiosa. Había olvidado el Padrenuestro. Tampoco recordaba ninguna otra oración. De pronto, el rostro se le iluminó: «Tal vez.., el Avemaría». Mientras recitábamos juntos la sencilla oración, vi que de sus ojos se desprendían dos lágrimas de alegría y emoción. Las grandes oraciones son siempre profundamente humanas y humildes. No son necesarias palabras complicadas ni frases sublimes. Lo importante es la fe con que se invoca.

El Avemaría, unida con frecuencia al rezo del Padrenuestro, es una de las oraciones cristianas más populares. Consta de tres partes. La primera está tomada del anuncio del ángel a María. «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo.» La segunda evoca las palabras de alabanza que Isabel dirige a María: «Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. » La última parte es una invocación medieval de origen incierto: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. »

Cada uno sabe cómo y por qué caminos discurre su vida, pero siempre es bueno encontrarse con María. Ella es Madre de Dios y también nuestra. María no es Dios, no es fuente de nuestra salvación, pero Dios está con ella y la ha llenado de gracia. En medio de un mundo que, a veces, parece maldito, ella es bendita porque ha sido bendecida por Dios para siempre. Podemos acudir a ella con confianza.

No necesitamos defendernos ni dar explicaciones. Ella es nuestra Madre. Conoce nuestro corazón cansado y, tal vez, nuestra vida rota o desquiciada. Conoce nuestros errores y nuestra mediocridad. En María, llena de la gracia de Dios, siempre encontraremos el amor y el perdón del mismo Dios. Unidos a tantos hombres y mujeres, podemos también nosotros invocarla con humildad: «Ruega por nosotros, pecadores.»

María nos acompaña siempre. En los momentos gozosos y en los difíciles. Podemos contar con su protección maternal en la depresión y en la enfermedad, en la soledad o en el fracaso, en el miedo o en el pecado. Invocamos su ayuda «ahora», en el momento en que pronunciamos la oración, y también para «la hora de nuestra muerte» siempre desconocida, pero siempre más cercana.


Al final del Adviento, el relato del evangelio nos recuerda las palabras del ángel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). Pueden ser una invitación a despertar nuestra confianza en ella y a susurrar en lo secreto de nuestro corazón la conocida plegaria a la Madre: «Ave María.»



domingo, 3 de diciembre de 2017

UNA IGLESIA DESPIERTA



Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 13,33-37

Lo digo a todos: estén prevenidos.

Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba.

Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar, Cristo no nos encuentre dormidos».

La vigilancia se convirtió en la palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente: «vigilen», «estén prevenidos», «vivan despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es sólo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que les digo a ustedes lo digo a todos: Velen». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de todos los tiempos.

Han pasado veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando en la indiferencia y la mediocridad?

¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?

¿No hemos de recuperar el rostro vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo podemos seguir hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia «dormida» a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?


¿No sentimos la necesidad de despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él puede despertar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de la falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría? ¿Quién nos dará su fuerza creadora y su vitalidad?

domingo, 26 de noviembre de 2017

LA SORPRESA FINAL




Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 25, 31-46 
Entonces dirá el rey...

Los cristianos llevamos veinte siglos hablando del amor. Repetimos constantemente que el amor es el criterio último de toda actitud y comportamiento. Afirmamos que desde el amor será pronunciado el juicio definitivo sobre todas las personas, estructuras y realizaciones de los hombres.

Sin embargo, con ese lenguaje tan hermoso del amor podemos estar ocultando con frecuencia el mensaje auténtico de Jesús, mucho más directo, sencillo y concreto.

Es sorprendente observar que Jesús apenas pronuncia en los evangelios la palabra «amor». Tampoco en esta parábola que nos describe la suerte final de los hombres.

Al final, no se nos juzgará de manera general sobre el amor, sino sobre algo mucho más concreto: ¿Qué hemos hecho cuando nos hemos encontrado con alguien que nos necesitaba? ¿Cómo hemos reaccionado ante los problemas y sufrimientos de personas concretas que hemos ido encontrando en nuestro camino?

Lo decisivo en la vida no es lo que decimos o pensamos, lo que creemos o escribimos. No bastan tampoco los sentimientos hermosos, la compasión o las protestas estériles. Lo importante es ayudar a quien nos necesita.

La mayoría de los cristianos nos sentimos satisfechos y tranquilos porque no hacemos a nadie ningún mal especialmente grave.

Se nos olvida que, según la advertencia de Jesús, estamos preparando nuestro fracaso final, siempre que cerramos nuestros ojos a las necesidades ajenas o eludimos cualquier responsabilidad que no sea en beneficio propio o nos contentamos con criticarlo todo, sin echar nunca una mano a nadie.

La parábola de Jesús nos obliga a hacernos preguntas muy concretas: ¿estoy haciendo algo por alguien? ¿a qué personas puedo yo prestar ayuda? ¿qué hago yo para que reine un poco más de justicia, solidaridad y amistad entre nosotros? ¿Qué más podría hacer?

La última y decisiva enseñanza de Jesús es ésta: el reino de Dios es y será siempre de los que aman al pobre y le ayudan en su necesidad. Esto es lo esencial y definitivo.

Sólo que, como dice Saint-Exupéry, «lo esencial es invisible a los ojos» y queda oculto para quienes no saben amar gratis.

Un día se nos abrirán los ojos y descubriremos con sorpresa que el amor es la única verdad y que Dios reina allí donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse por los demás.


domingo, 19 de noviembre de 2017

DOMINGO 19 DE NOVIEMBRE DE 2017


ARRIÉSGATE



Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 25, 14-30

La parábola de los talentos es muy conocida entre los cristianos. Según el relato, antes de salir de viaje, un patrón confía la gestión de sus bienes a tres empleados. A uno le deja cinco talentos, a otro dos y a un tercero un talento: «a cada cual según su capacidad». De todos espera una respuesta digna.

Los dos primeros se ponen «enseguida» a negociar con sus talentos. Se les ve trabajar con decisión, identificados con el proyecto de su patrón. No temen correr riesgos. Cuando llega el señor le entregan con orgullo los frutos: han logrado duplicar los talentos recibidos.

La reacción del tercer empleado es extraña. Lo único que se le ocurre es «esconder bajo tierra» el talento recibido para conservarlo seguro. Cuando vuelve su señor, se justifica con estas palabras: «Señor, sabía que eras exigente y siegas donde no siembras... Por eso, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo». El señor lo condena como empleado «negligente».

En realidad, la raíz de su comportamiento es más profunda. Este empleado tiene una imagen falsa del señor. Lo imagina egoísta, injusto y arbitrario. Es exigente y no admite errores. No se puede uno fiar. Lo mejor es defenderse de él.

Esta idea mezquina de su señor lo paraliza. No se atreve a correr riesgo alguno. El miedo lo tiene bloqueado. No es libre para responder de manera creativa a la responsabilidad que se le ha confiado. Lo más seguro es «conservar» el talento. Con eso basta.

Probablemente, los cristianos de las primeras generaciones captaban mejor que nosotros la fuerza interpeladora de la parábola. Jesús ha dejado en nuestras manos el Proyecto del Padre de hacer un mundo más justo y humano. Nos ha dejado en herencia el mandato del amor. Nos ha confiado la gran Noticia de un Dios amigo del ser humano. ¿Cómo estamos respondiendo hoy los seguidores de Jesús?

Cuando no se vive la fe cristiana desde la confianza sino desde el miedo, todo se desvirtúa. La fe se conserva pero no se contagia. La religión se convierte en deber. El evangelio es sustituido por la observancia. La celebración queda dominada por la preocupación ritual.


Sería un error presentarnos un día ante el Señor con la actitud del tercer empleado: "Aquí tienes lo tuyo. Aquí está tu Evangelio, aquí está el proyecto de tu reino y tu mensaje de amor a los que sufren. Lo hemos conservado fielmente. Lo hemos predicado correctamente. No ha servido mucho para transformar nuestra vida. Tampoco para abrir caminos de justicia a tu reino. Pero aquí lo tienes intacto".

domingo, 12 de noviembre de 2017

Domingo 12 noviembre 2017


ANTES DE QUE SEA TARDE


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 25, 1-13
 Se nos apagan las lámparas.

Mateo escribió su evangelio en unos momentos críticos para los seguidores de Jesús. La venida de Cristo se iba retrasando demasiado. La fe de no pocos se relajaba. Era necesario reavivar de nuevo la conversión primera.

Movido por esta preocupación, recogió tres parábolas de Jesús y las trabajó profundamente para llamar a todos a la responsabilidad: «No esperes que otros te den “aceite” para encender tu “lámpara”, tu mismo tienes que cuidar tu fe; no te contentes con conservar tu “talento” bajo tierra, tienes que arriesgarte a hacerlo fructificar; no estés esperando a que se te aparezca Cristo, lo puedes encontrar ahora mismo en todo el que sufre».

La primera parábola nos habla de una fiesta de bodas. Llenas de alegría, un grupo de jóvenes «salen a esperar al esposo». No todas van bien preparadas. Unas llevan consigo aceite para encender sus antorchas; a las otras ni se les ha ocurrido pensar en ello. Creen que basta con llevar antorchas en sus manos.

Como el esposo tarda en llegar, «a todas les entra el sueño y se duermen». Los problemas comienzan cuando se anuncia la llegada del esposo. Las jóvenes previsoras encienden sus antorchas y entran con él en el banquete. Las inconscientes se ven obligadas a salir a comprarlo. Para cuando vuelven «la puerta está cerrada». Es demasiado tarde.

Es un error andar buscando un significado secreto al «aceite»: ¿será una alegoría para hablar del fervor espiritual, de la vida interior, de las buenas obras, del amor...? La parábola es sencillamente una llamada a vivir la adhesión a Cristo de manera responsable y lúcida ahora mismo, antes de que sea tarde. Cada uno sabrá qué es lo que ha de cuidar.

Es una irresponsabilidad llamarnos cristianos y vivir la propia religión, sin hacer más esfuerzos por parecemos a él. Es un error vivir con autocomplacencia en la propia Iglesia, sin planteamos una verdadera conversión a los valores evangélicos. Es propio de inconscientes sentimos seguidores de Jesús, sin «entrar» en el proyecto de Dios que él quiso poner en marcha.


En estos momentos en que es tan fácil «relajarse», caer en el escepticismo e «ir tirando» por los caminos seguros de siempre, sólo encuentro una manera de estar en la Iglesia: convirtiéndome a Jesucristo.

jueves, 2 de noviembre de 2017

DOMINGO 5º DE NOVIEMBRE DE 2017


NI MAESTROS NI PADRES

Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 23, 1-12

No llamen padre a nadie.

El evangelio de Mateo nos ha trasmitido unas palabras de carácter fuertemente antijerárquico donde Jesús pide a sus seguidores que se resistan a la tentación de convertir su movimiento en un grupo dirigido por sabios rabinos, por padres autoritarios o por dirigentes superiores a los demás.

Son probablemente palabras muy trabajadas por Mateo para criticar la tendencia a las aspiraciones de grandeza y poder que se advertía ya entre los cristianos de la segunda generación, pero, sin duda, eco del pensamiento auténtico de Jesús.

«Ustedes no se dejen llamar “maestro “porque uno sólo es su maestro, y todos ustedes son hermanos». En la comunidad de Jesús nadie es propietario de su enseñanza. Nadie ha de someter doctrinalmente a otros. Todos son hermanos que se ayudan a vivir la experiencia de un Dios Padre al que, precisamente, le gusta revelarse a los pequeños.

«Y no llamen “padre” suyo a nadie en la tierra, porque uno sólo es su padre, el del cielo». En el movimiento de Jesús no hay «padres». Sólo el del cielo. Nadie ha de ocupar su lugar. Nadie se ha de imponer desde arriba sobre los demás. Cualquier título que introduzca superioridad sobre los otros va contra la fraternidad.

Pocas exhortaciones evangélicas han sido ignoradas o desobedecidas tan frontalmente como ésta a lo largo de los siglos. Todavía hoy la Iglesia vive en flagrante contradicción con el evangelio. Es tal el número de títulos, prerrogativas, honores y dignidades que no siempre es fácil vivir la experiencia de auténticos hermanos.

Jesús pensó en una Iglesia donde no hubiera «los de arriba» y «los de abajo»: una Iglesia de hermanos iguales y solidarios. De nada sirve enmascarar la realidad con el lenguaje piadoso del «servicio» o llamándonos «hermanos» en la liturgia. No es cuestión de palabras sino de un espíritu nuevo de servicio mutuo amistoso y fraterno.


¿No veremos nunca cumplida la llamada del evangelio?, ¿no conoceremos seguidores de Jesús que «no se dejen llamar maestros ni padres» ni algo semejante? ¿No es posible crear una atmósfera más sencilla, fraterna y amable en la Iglesia? ¿Qué lo impide?

domingo, 29 de octubre de 2017

Domingo 29 octubre 2017

PASIÓN POR DIOS, 
COMPASIÓN POR EL SER HUMANO



Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 22, 34-40



“Estos dos mandamientos sostienen la ley entera.”

Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se adentran las religiones por caminos de mediocridad piadosa o de casuística moral, que no sólo incapacitan para una relación sana con Dios, sino que pueden desfigurar y destruir gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo.

La escena que se narra en los evangelios tiene como trasfondo una atmósfera religiosa en que maestros religiosos y letrados clasifican cientos de mandatos de la Ley divina en «fáciles» y «difíciles», «graves» y «leves», «pequeños» y «grandes». Imposible moverse con un corazón sano en esta red.

La pregunta que plantean a Jesús busca recuperar lo esencial, descubrir el «espíritu perdido»: ¿cuál es el mandato principal?, ¿qué es lo esencial?, ¿dónde está el núcleo de todo? La respuesta de Jesús, como la de Hillel y otros maestros judíos, recoge la fe básica de Israel: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser».

Que nadie piense que se está hablando aquí de emociones o sentimientos hacia un Ser Imaginario, ni de invitaciones a rezos y devociones. «Amar a Dios con todo el corazón» es reconocer humildemente el Misterio último de la vida; orientar confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios como fuerza creadora y salvadora, que es buena y nos quiere bien.

Todo esto marca decisivamente la vida pues significa alabar la existencia desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos e hijas.


Por eso el amor a Dios es inseparable del amor a los hermanos. Así lo recuerda Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No es posible el amor real a Dios sin descubrir el sufrimiento de sus hijos e hijas. ¿Qué religión sería aquella en la que el hambre de los desnutridos o el exceso de los satisfechos no planteara pregunta ni inquietud alguna a los creyentes? No están descaminados quienes resumen la religión de Jesús como «pasión por Dios y compasión por la humanidad».

domingo, 22 de octubre de 2017

DOMINGO 22 DE OCTUBRE DE 2017


DE DIOS Y DE NADIE MÁS


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 22, 15-21

A Dios lo que es de Dios.

«Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Pocas palabras de Jesús habrán sido tan citadas como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada desde intereses muy ajenos a aquel Profeta que vivió totalmente dedicado, no precisamente al Emperador sino a los olvidados, empobrecidos y excluidos por Roma.

El episodio está cargado de tensión. Los fariseos se han retirado a planear un ataque decisivo contra Jesús. Para ello envían a «unos discípulos»; no vienen ellos mismos; evitan el encuentro directo con Jesús. Ellos son defensores del orden vigente y no quieren perder su puesto privilegiado en aquella sociedad que Jesús está cuestionando de raíz.

Pero, además, los envían acompañados «por unos partidarios de Herodes» del entorno de Antipas. Seguramente, no faltan entre ellos terratenientes y recaudadores encargados de almacenar el grano de Galilea y enviar los tributos al César.

El elogio que hacen de Jesús es insólito en sus labios: «Sabemos que eres sincero y enseñas el camino conforme a la verdad». Todo es una trampa, pero han hablado con más verdad de lo que se imaginan. Es así. Jesús vive totalmente entregado a preparar el «camino de Dios» para que nazca una sociedad más justa.

No está al servicio del emperador de Roma; ha entrado en la dinámica del reino de Dios. No vive para desarrollar el Imperio, sino para hacer posible la justicia de Dios entre sus hijos e hijas. Cuando le preguntan si «es lícito pagar impuesto al César o no», su respuesta es rotunda: «Paguen al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Jesús no está pensando en Dios y el César como dos poderes que pueden exigir cada uno sus derechos a sus súbditos. Como judío fiel, sabe que a Dios le pertenece «la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes» (salmo 24). ¿Qué le puede pertenecer al César, que no sea de Dios? Sólo su dinero injusto.

Si alguien vive enredado en el sistema del César, que cumpla sus «obligaciones», pero si entra en la dinámica del reino de Dios ha de saber que los pobres le pertenecen sólo a Dios, son sus hijos predilectos. Nadie ha de abusar de ellos. Esto es lo que Jesús enseña «conforme a la verdad».


Sus seguidores nos hemos de resistir a que nadie, cerca o lejos de nosotros, sea sacrificado a ningún poder político, económico, religioso ni eclesiástico. Los humillados por los poderosos son de Dios. De nadie más.




domingo, 15 de octubre de 2017

Domingo 15 de octubre de 2017



DIOS NO ANDA PERDIDO



Reflexión inspirada en el Evangelio según san Mateo 22, 1-14


"A todos los que encontréis, convídenlos a la boda"

Lo dicen todos los estudios. La religión está en crisis en las sociedades desarrolladas de Occidente. Son cada vez menos los que se interesan por las creencias religiosas. Las elaboraciones de los teólogos no tienen apenas eco alguno. Los jóvenes abandonan las prácticas rituales. La sociedad se desliza hacia una indiferencia creciente.

Hay, sin embargo, algo que nunca ha de olvidar el creyente. Dios no está en crisis. Esa Realidad suprema hacia la que apuntan las religiones con nombres diferentes (Dios, Yahvé, Alah...) sigue viva y operante. Dios está también hoy en contacto inmediato con cada ser humano con una cercanía insuperable. La crisis de lo religioso no puede impedir que Dios se siga ofreciendo a cada persona en el fondo misterioso de su conciencia.

Desde esta perspectiva, es un error «demonizar» en exceso la actual crisis religiosa como si fuera una situación imposible para la acción salvadora de Dios. No es así. Cada contexto socio-cultural tiene sus condiciones más o menos favorables para el desarrollo de una determinada religión, pero el ser humano mantiene intactas sus posibilidades de abrirse al Misterio último de la vida, que le interpela desde lo íntimo de su conciencia.

La parábola de «los invitados a la boda» nos lo recuerda de manera concluyente. Dios no excluye a nadie. Su único anhelo es que la historia humana termine en una fiesta gozosa. Su único deseo, que la sala espaciosa del banquete se llene de invitados. Todo está ya preparado. Nadie puede impedir a Dios que haga llegar a todos su invitación.

Es cierto que la llamada religiosa encuentra rechazo en no pocos, pero la invitación de Dios no se detiene. La pueden escuchar todos, «buenos y malos», los que viven en «la ciudad» y los que andan perdidos «por los cruces de los caminos». Toda persona que escucha la llamada del bien, el amor y la justicia está acogiendo a Dios.


Pienso en tantas personas que lo ignoran casi todo de Dios. Sólo conocen una caricatura de lo religioso. Nunca podrán sospechar «la alegría de creer». Estoy seguro de que Dios está vivo y operante en lo más íntimo de su ser. Estoy convencido de que muchos de ellos acogen su invitación por caminos que a mí se me escapan. 

miércoles, 4 de octubre de 2017

Domingo 8 octubre 2017



PELIGROSO


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 21, 33-43

Un pueblo que produzca sus frutos.

Cuando el año setenta las tropas romanas destruyeron Jerusalén y el pueblo judío desapareció como nación, los cristianos hicieron una lectura terrible de este trágico hecho. Israel, aquel pueblo tan querido por Dios, no ha sabido responder a sus llamadas. Sus dirigentes religiosos han ido matando a los profetas enviados por él; han crucificado, por último, a su propio Hijo. Ahora, Dios los abandona y permite su destrucción: Israel será sustituido por la Iglesia cristiana.

Así leían los primeros cristianos la parábola de los «viñadores homicidas», dirigida por Jesús a los sumos sacerdotes de Israel. Los labradores encargados de cuidar la «viña del Señor» van matando uno tras otro a los criados que él les envía para recoger los frutos. Por último, matan también al hijo del propietario con la intención de suprimir al heredero y quedarse con la viña. El señor no puede hacer otra cosa que darles muerte y entregar su viña a otros labradores más fieles.

Esta parábola no fue recogida por los evangelistas para alimentar el orgullo de la Iglesia, nuevo Israel, frente al pueblo judío derrotado por Roma y dispersado por todo el mundo. La preocupación era otra: ¿Le puede suceder a la Iglesia cristiana lo mismo que le sucedió al antiguo Israel? ¿Puede defraudar las expectativas de Dios? Y si la Iglesia no produce el fruto que él espera, ¿qué caminos seguirá Dios para llevar a cabo sus planes de salvación?

El peligro siempre es el mismo. Israel se sentía seguro: tenían las Escrituras Sagradas; poseían el Templo; se celebraba escrupulosamente el culto; se predicaba la Ley; se defendían las instituciones. No parecía necesitarse nada nuevo. Bastaba conservarlo todo en orden. Es lo más peligroso que le puede suceder a una religión: que se ahogue la voz de los profetas y que los sacerdotes, sintiéndose los dueños de la «viña del señor», quieran administrarla como propiedad suya.


Es también nuestro peligro. Pensar que la fidelidad de la Iglesia está garantizada por pertenecer a la Nueva Alianza. Sentirnos seguros por tener a Jesús en propiedad. Sin embargo, Dios no es propiedad de nadie. Su viña le pertenece sólo a él. Y si la Iglesia no produce los frutos que él espera, Dios seguirá abriendo nuevos caminos de salvación.

domingo, 1 de octubre de 2017

Domingo 1 de octubre de 2017


MAS QUE PALABRAS


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 21, 28-32

“Después se arrepintió y fue.”

Los que hemos nacido en una sociedad «cristiana» corremos el grave riesgo de no llegar a comprender correctamente el significado y la verdad de nuestra fe.

Con frecuencia, nuestra visión particular de la fe, elaborada desde los primeros años de la infancia, no es sometida nunca a una verdadera revisión y no puede, por tanto, fácilmente ser purificada de parcialidades y deformaciones quizás inevitables.

De ahí que muchos se sientan «cristianos» por el mero hecho de afirmar verbalmente un credo o por estar dispuestos a aceptar un conjunto de fórmulas cuyo sentido y valor tampoco interesan demasiado.

Más de uno se considera cristiano solamente porque en el fondo de su conciencia cree poseer la respuesta verdadera al problema último del más allá.

Pero, entonces, la fe no es un impulso para vivir prácticamente según la orientación del evangelio. Al contrario, puede convertirse en algo que alivia al individuo de la pesada tarea de buscar por sí mismo el verdadero sentido de la vida, y de decidir prácticamente la orientación de toda su conducta.

Erich Fromm habla de «los felices propietarios de la fe verdadera» que aceptan su religión como un «seguro de vida», sin que su fe sea impulso creativo y dinamizador de sus personas.

De ahí la actualidad de la parábola de Jesús. Lo importante no son, las palabras que pronuncian los dos protagonistas del relato sino su conducta real. Sólo hace la voluntad del padre el hijo que de hecho va a trabajar a la viña.

Ser creyente es algo más que recitar fórmulas de fe o confesar nuestra simpatía por la concepción cristiana de la vida.

No nos apresuremos a considerarnos creyentes. La fe no es algo que se posee sino un proceso que se vive. Más importante que confesarnos cristianos es esforzarse prácticamente por llegar a serlo.


La parábola de Jesús nos obliga a revisar nuestro cristianismo. La fe no consiste en pensar sino en recorrer el camino seguido por el Maestro. Somos creyentes en la medida en que la fe desencadena en nosotros una nueva manera de vivir siguiendo las huellas trazadas por él.