domingo, 18 de diciembre de 2016

EXPERIENCIA ÍNTIMA



Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 1,18-24

El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también “Emmanuel”. Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.

Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos “Dios” no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo, si yo no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?

De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.

El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil rastrear su misterio en nuestro entorno.

¿Es posible? El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar “acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.

Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.

Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”.

El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.

domingo, 11 de diciembre de 2016

GRITAR A DIOS



Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 11,2-11

“Dichoso el que no se sienta defraudado por mí.”

No son agnósticos. Menos aún ateos. En el fondo de su corazón hay fe aunque hoy se encuentre cubierta por capas de indiferencia, olvido y descuido. Nunca han tomado la decisión de alejarse de Dios, pero llevan muchos años sin comunicarse con él.

Algunos desearían reavivar su vida, sentirse de otra manera por dentro, vivir con más luz. Incluso, hay quienes sienten necesidad de despertar de nuevo su fe. No es fácil. No tienen tiempo para dedicarse a estas cosas. Nunca tomarán parte en un grupo de búsqueda. Viven demasiado ocupados.

Hay algo, sin embargo, que todos podemos hacer ahora mismo, sin pensar en compromisos complicados, y es empezar sencillamente a comunicarnos con Dios de manera humilde y sincera. No conozco otro camino más eficaz para reavivar la fe.

No es lo mismo pensar de vez en cuando en la religión, discutir de Dios con los amigos y plantearse si habrá otra vida más allá de la muerte, o pararse unos minutos y decir desde dentro: «Creo en ti, Dios mío, ayúdame a creer».

No es lo mismo vivir agobiado por mil problemas y preocupaciones, sufrir día a día una enfermedad y seguir caminando sólo e incomprendido, o saber decir cada noche antes de acostarse: «Dios mío, yo confío en ti. No me abandones».

No es lo mismo sentirse lleno de vitalidad, disfrutar de buena salud y vivir satisfecho de los propios logros y éxitos, o saber alegrarse desde lo más hondo y decir: «Dios mío, te doy gracias por la vida».

Por otra parte, hay algo que no hemos de olvidar. Es importante cuestionarse la vida, reflexionar y buscar la verdad, pero nada acerca más a Dios que el amor. Decirle a Dios con frecuencia y de corazón «Yo te amo y te busco», nos va dando poco a poco una conciencia nueva de su Persona y de su presencia cariñosa en nuestra vida.

Se acerca la Navidad. Días de fiesta entrañable o jornadas de consumismo alocado. No es lo mismo vivirlas como sea o invocar a Dios desde el fondo de nuestro ser: «Dios mío, necesito que nazcas de nuevo en mi vida».


jueves, 8 de diciembre de 2016

COMO MARÍA






Reflexión inspirada en el Evangelio según san Lucas 1,26-38

En las cercanías de la Navidad celebramos la fiesta de María concebida sin pecado original. La liturgia nos presenta la figura de María acogiendo en gozo a Dios en su vida. Como subrayó el Concilio, María es modelo para la Iglesia. De ella podemos aprender a ser más fieles a Jesús y su evangelio. ¿Cuáles podrían ser los rasgos de una Iglesia más mariana en nuestros días?

Una Iglesia que fomenta la «ternura maternal» hacia todos sus hijos cuidando el calor humano en sus relaciones con ellos. Una Iglesia de brazos abiertos, que no rechaza ni condena, sino que acoge y encuentra un lugar adecuado para cada uno.

Una Iglesia que, como María, proclama con alegría la grandeza de Dios y su misericordia también con las generaciones actuales y futuras. Una Iglesia que se convierte en signo de esperanza por su capacidad de dar y transmitir vida.

Una Iglesia que sabe decir «sí» a Dios sin saber muy bien a dónde le llevará su obediencia. Una Iglesia que no tiene respuestas para todo, pero busca con confianza, abierta al diálogo con los que no se cierran al bien, la verdad y el amor.

Una Iglesia humilde como María, siempre a la escucha de su Señor. Una Iglesia más preocupada por comunicar el Evangelio de Jesús que por tenerlo todo definido.

Una Iglesia del «Magníficat», que no se complace en los soberbios, potentados y ricos de este mundo, sino que busca pan y dignidad para los pobres y hambrientos de la Tierra, sabiendo que Dios está de su parte.

Una Iglesia atenta al sufrimiento de todo ser humano, que sabe, como María, olvidarse de sí misma y «marchar de prisa» para estar cerca de quien necesita ser ayudado. Una Iglesia preocupada por la felicidad de todos los que «no tienen vino» para celebrar la vida. Una Iglesia que anuncia la hora de la mujer y promueve con gozo su dignidad, responsabilidad y creatividad femenina.


Una Iglesia contemplativa que sabe «guardar y meditar en su corazón» el misterio de Dios encamado en Jesús para transmitirlo como experiencia viva. Una Iglesia que cree, ora, sufre y espera la salvación de Dios anunciando con humildad la victoria final del amor.


domingo, 4 de diciembre de 2016

RECORRER CAMINOS NUEVOS



Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 3,1-12

Por los años 27 o 28 apareció en el desierto del Jordán un profeta original e independiente que provocó un fuerte impacto en el pueblo judío: las primeras generaciones cristianas lo vieron siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús.

Todo su mensaje se puede concentrar en un grito: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Después de veinte siglos, el Papa Francisco nos está gritando el mismo mensaje a los cristianos: Abran caminos a Dios, vuelvan a Jesús, acojan el Evangelio.

Su propósito es claro: “Busquemos ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos”. No será fácil. Hemos vivido estos últimos años paralizados por el miedo. El Papa no se sorprende: “La novedad nos da siempre un poco de miedo porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida”. Y nos hace una pregunta a la que hemos de responder: “¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido capacidad de respuesta?“.

Algunos sectores de la Iglesia piden al Papa que acometa cuanto antes diferentes reformas que consideran urgentes. Sin embargo, Francisco ha manifestado su postura de manera clara: “Algunos esperan y me piden reformas en la Iglesia y debe haberlas. Pero antes es necesario un cambio de actitudes”.

Me parece admirable la clarividencia evangélica del Papa Francisco. Lo primero no es firmar decretos reformistas. Antes, es necesario poner a las comunidades cristianas en estado de conversión y recuperar en el interior de la Iglesia las actitudes evangélicas más básicas. Solo en ese clima será posible acometer de manera eficaz y con espíritu evangélico las reformas que necesita urgentemente la Iglesia.


El mismo Francisco nos está indicando todos los días los cambios de actitudes que necesitamos. Señalaré algunos de gran importancia. Poner a Jesús en el centro de la Iglesia: “una Iglesia que no lleva a Jesús es una Iglesia muerta”. No vivir en una Iglesia cerrada y autorreferencial: “una Iglesia que se encierra en el pasado, traiciona su propia identidad”. Actuar siempre movidos por la misericordia de Dios hacia todos sus hijos: no cultivar “un cristianismo restauracionista y legalista que lo quiere todo claro y seguro, y no haya nada”. “Buscar una Iglesia pobre y de los pobres”. Anclar nuestra vida en la esperanza, no “en nuestras reglas, nuestros comportamientos eclesiásticos, nuestros clericalismos”.