miércoles, 30 de diciembre de 2015

FUERZA PARA VIVIR



Dando gloria y alabanza a Dios.

Mañana comenzaremos un año nuevo. Todos conocemos el ritual: cenas ruidosas, copas de champagne y augurios de felicidad. ¿Cómo creer de verdad en esa mentira repetida una y otra vez deseándonos «año nuevo, vida nueva». Año nuevo, pero vida nada nueva, nada diferente y renovada.

Además, no nos gusta por lo general lo realmente nuevo. Lo nuevo es desconocido, nos inquieta, no lo podemos controlar. Nos tranquiliza más recorrer los caminos conocidos de siempre. Es más seguro. Sin embargo, algo queremos desearnos mutuamente con esos saludos de comienzo de año. En el fondo, todos intuimos que hemos nacido para vivir algo más grande, más pleno y verdadero que lo que vamos conociendo año tras año.

Pero, ¿qué puede haber de nuevo en el año que comienza? ¿Qué puede suceder de nuevo por el hecho de que el reloj dé esta noche doce campanadas? Nada realmente. También el próximo año se sucederán los hechos de siempre, las mismas desgracias, los mismos errores, parecidas satisfacciones. Lo que puede introducir verdadera novedad en nuestra vida es la manera nueva de vivirla. Nuestra actitud nueva ante los acontecimientos, las personas y las cosas.

Este año será nuevo si sabemos mirar los rostros de las personas queridas con más cariño y más comprensión, si sabemos estar más atentos a los desconocidos y detenemos ante quienes sufren. Será nuevo si sabemos hacer cosas tan sencillas como mirar de manera diferente la belleza de los paisajes de siempre o disfrutar más despacio del encanto de las estaciones.

Será un año nuevo si hacemos a Dios más sitio en nuestra vida, si aprendemos a creer de manera diferente, con más confianza y menos miedos. Si nos atrevemos a rezarle no sólo con oraciones prestadas, sino con palabras salidas de nuestro corazón.

En la liturgia de este primer día del año se recuerda una hermosa bendición judía que dice así: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda la paz» (Números 6, 24-26). Esta bendición de Dios será nueva cada día. Dios no se repite y aunque nosotros sigamos los caminos viejos de nuestros errores y pecados de siempre, El estará cerca buscando en todo nuestro bien. Dios será la verdadera novedad del año.


viernes, 25 de diciembre de 2015

¡ F E L I Z ... N A V I D A D !



Les traigo una buena noticia....




Un Dios Cercano...

La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira estos días en nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artilugios de nuestra sociedad de consumo.

Los creyentes tenemos que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría. Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No todos saben lo que es celebrar. No todos saben lo que es abrir el corazón a la alegría.

Y, sin embargo, no entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, reconciliamos con la vida que se nos ofrece, y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.

En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida» (S. León Magno). No se trata de una alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber por qué. «Nosotros tenemos motivos para el jubilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros» (L. Boff). Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes se abren a la cercanía de Dios, y se dejan coger por su ternura.

Una alegría que nos libera de miedos, desconfianzas e inhibiciones ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír o llorar.

Dios no puede ser ya el Ser Omnipotente y Poderoso que nosotros sospechamos, encerrado en la seriedad y el misterio de un mundo inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente a la humanidad, este pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su sonrisa.

El hecho de que Dios se haya hecho niño, dice mucho más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su misterio. Si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, quizás entenderíamos por que el corazón de un creyente debe estar transido de una alegría diferente estos días de Navidad.



domingo, 20 de diciembre de 2015

MADRES CREYENTES



Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 1,39-45

Dichosa tú que has creído.

La escena es conmovedora. La ha compuesto Lucas para crear la atmósfera de alegría, gozo profundo y alabanza que ha de acompañar al nacimiento de Jesús. La vida cambia cuando es vivida desde la fe. Acontecimientos como el embarazo o el nacimiento de un hijo cobran un sentido nuevo y profundo.

Todo sucede en una aldea desconocida, en la montaña de Judá. Dos mujeres embarazadas conversan sobre lo que están viviendo en lo íntimo de su corazón. No están presentes los varones. Ni siquiera José, que podía haber acompañado a su esposa. Son estas dos mujeres, llenas de fe y de Espíritu, quienes mejor captan lo que está sucediendo.

María saluda a Isabel. Le desea todo lo mejor. ahora que está esperando un hijo. Su saludo llena de paz y de gozo toda la casa. Hasta el niño que lleva Isabel en su vientre salta de alegría. María es portadora de salvación: es que lleva consigo a Jesús.

Hay muchas maneras de «saludar» y de acercarnos a las personas. María trae paz, alegría y bendición de Dios. Lucas recordará más tarde que era eso precisamente lo que su hijo Jesús pedía a sus seguidores: en cualquier casa que entréis, decid lo primero: Paz a esta casa.

Desbordada por la alegría, Isabel exclama: Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Dios está siempre en el origen de la vida. Las madres, portadoras de vida, son mujeres «bendecidas» por el creador: el fruto de sus vientres es bendito. María es la «bendecida» por excelencia: con ella nos llega Jesús, la bendición de Dios al mundo.

Isabel termina exclamando: Dichosa tú, que has creído. María es feliz porque ha creído. Ahí está su grandeza e Isabel sabe valorarla. Estas dos madres nos invitan a vivir y celebrar desde la fe el misterio de la Navidad.

Feliz el pueblo donde hay madres creyentes, portadoras de vida, capaces de irradiar paz y alegría. Feliz la Iglesia donde hay mujeres bendecidas por Dios, mujeres felices que creen y transmiten la fe a sus hijos e hijas. Felices los hogares donde unas madres buenas enseñen a vivir con hondura la Navidad.