domingo, 26 de julio de 2015

RESPONSABLES

Reflexión inspirada en el Evangelio según San Juan. 6, 1-15 

“Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes.”

Criticamos, por lo general, con mucha tranquilidad a la sociedad moderna como injusta, insolidaria y poco humana porque, en el fondo, pensamos que son otros los que tienen la culpa de todo. Los verdaderos culpables se encuentran ocultos tras el sistema, son las multinacionales, los políticos de ciertas naciones poderosas, los mandos militares... Y, naturalmente, si «ellos» son los culpables, «nosotros» somos inocentes. 

Sin duda, hay culpables y hay, sobre todo, causas de los males e injusticias, pero hay también una culpa que está como «diluida» en toda la sociedad y que nos toca a todos. Hemos interiorizado personalmente un tipo de cultura que nos lleva a pensar, sentir y tener comportamientos que sostienen y facilitan el funcionamiento de una sociedad poco humana. 

Pensemos, por ejemplo, en la cultura consumista. Podemos estudiar lo que significa objetivamente una economía de mercado, la producción masiva de productos, el funcionamiento de la publicidad y tantos otros factores, pero podemos también analizar nuestra actuación, la de cada uno de nosotros. 

Si yo me dejo modelar por la cultura consumista, esto significa que valoro más mi propia felicidad que la solidaridad; que pienso que esta felicidad se obtiene, sobre todo, teniendo cosas más que mejorando mi modo de ser; que tengo como meta secreta ganar siempre más y, para ello, tener el mayor éxito profesional y económico. 

Esto me puede llevar fácilmente a considerar como algo «normal» una sociedad profundamente desigual donde cada uno tiene lo que se merece. Hay individuos eficientes y dinámicos que consiguen un nivel apropiado a sus esfuerzos, y hay un sector de gentes poco hábiles y nada trabajadoras que nunca conseguirán un nivel digno en esta sociedad. 

A partir de aquí organizamos nuestra actividad y relaciones de manera «inteligente». Naturalmente, valoramos la amistad y el compañerismo, la convivencia familiar y el círculo de amigos. Apreciamos, incluso, los gestos de generosidad y la ayuda al necesitado. Pero hay que saber calcular. No hemos de perder nunca de vista nuestro propio interés y provecho. Hay que saber dar «de manera inteligente», ayudar a quien un día nos podrá corresponder.

Podemos seguir echando la culpa a otros, pero cada uno somos responsables de este estilo de vida poco humano. Por eso, es bueno dejarnos sacudir de vez en cuando por la interpelación sorprendente del evangelio. El relato de la multiplicación de los panes es un «signo mesiánico» que revela a Jesús como el Enviado a alimentar al pueblo, pero encierra también una llamada a aportar lo que cada uno pueda tener, aunque sólo sean cinco panes y dos peces, para alimentarnos todos.

 


domingo, 19 de julio de 2015

COMO OVEJAS SIN PASTOR




Reflexión inspirada en el Evangelio según San Marcos 6, 30-34.

“Se compadeció...”

Los discípulos, enviados por Jesús para anunciar su Evangelio, vuelven entusiasmados. Les falta tiempo para contar a su Maestro todo lo que han hecho y enseñado. Al parecer, Jesús quiere escucharlos con calma y los invita a retirarse «ellos solos a un sitio tranquilo a descansar un poco ».

La gente les estropea todo su plan. De todas las aldeas corren a buscarlos. Ya no es posible aquella reunión tranquila que había proyectado Jesús a solas con sus discípulos más cercanos. Para cuando llegan al lugar, la muchedumbre lo ha invadido todo. ¿Cómo reaccionará Jesús?

El evangelista describe con detalle su actitud. A Jesús nunca le estorba la gente. Fija su mirada en la multitud. Sabe mirar, no sólo a las personas concretas y cercanas, sino también a esa masa de gente formada por hombres y mujeres sin voz, sin rostro y sin importancia especial. Enseguida se despierta en él la compasión. No lo puede evitar. «Le dio lástima de ellos ». Los lleva todos muy dentro de su corazón.

Nunca los abandonará. Los «ve como ovejas sin pastor »: gentes sin guías para descubrir el camino, sin profetas para escuchar la voz de Dios. Por eso, «se puso a enseñarles con calma», dedicándoles tiempo y atención para alimentarlos con su Palabra curadora.

Un día tendremos que revisar ante Jesús, nuestro único Señor, cómo miramos y tratamos a esas muchedumbres que se nos están marchando poco a poco de la Iglesia, tal vez porque no escuchan entre nosotros su Evangelio y porque ya no les dicen nada nuestros discursos, comunicados y declaraciones.

Personas sencillas y buenas a las que estamos decepcionando porque no ven en nosotros la compasión de Jesús. Creyentes que no saben a quién acudir ni qué caminos seguir para encontrarse con un Dios más humano que el que perciben entre nosotros. Cristianos que se callan porque saben que su palabra no será tenida en cuenta por nadie importante en la Iglesia.

Un día el rostro de esta Iglesia cambiará. Aprenderá a actuar con más compasión; se olvidará de sus propios discursos y se pondrá a escuchar el sufrimiento de la gente. Jesús tiene fuerza para transformar nuestros corazones y renovar nuestras comunidades.





domingo, 12 de julio de 2015

AUTORIDAD


Reflexión inspirada en el Evangelio según san Marcos 6, 7-13

… dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.

Según los expertos, el poder y la autoridad están sufriendo en la sociedad informatizada de estos tiempos, cambios de cuyas consecuencias no somos todavía conscientes. Tanto en las sociedades civiles como en las religiosas, la autoridad tiene cada vez más poder para controlar e imponer un pensamiento único.

Los medios tecnológicos permiten hoy una centralización fuerte y eficaz. Se cuenta con dictámenes informatizados, es fácil la supervisión inmediata, las órdenes son instantáneas y universales. Al mismo tiempo, la autoridad se hace cada vez más invisible, los despachos últimos son inaccesibles, no se sabe exactamente de dónde parten las disposiciones.

Se tiende poco a poco a la supresión de todo diálogo real. Cada vez es más rara la comunicación para buscar juntos una solución común a problemas comunes. Cada vez es más difícil el debate y la discrepancia. Hay algunos que piensan y hablan por todos. No se puede pensar o decir nada diferente excepto en temas de importancia secundaria.

Sin embargo, es peligroso que la sociedad civil o religiosa se deje guiar ciegamente por los que detentan el poder. Es necesario más que nunca el diálogo, la mutua escucha, la luz que nace del contraste, la búsqueda común.

«Autoridad» es una palabra muy noble. Proviene del latín «augere» (hacer crecer) y, en sus inicios, indicaba la capacidad para hacer crecer a los demás, para hacerlos más adultos y más capaces de una vida digna. Hoy, por el contrario, significa casi siempre, «control», «poder», «gobierno», «imposición». Éste es tal vez nuestro infortunio: necesitamos personas con autoridad y sólo contamos con personas poderosas.

Jesús no gobernó sobre nadie. No impuso nada por la fuerza. Nunca utilizó el poder para controlar a sus seguidores. Jamás excluyó a nadie. Fue libre. Escuchaba a los mendigos ciegos y a los soldados extranjeros, se negaba a castigar a las adúlteras y pedía a Pedro «perdonar hasta setenta veces siete». Ponía vida en las personas, y sensatez y justicia en la sociedad. No ostentó ningún poder oficial pero, según las gentes, actuaba «como quien tiene autoridad».

Por eso, cuando Jesús envía a sus discípulos a evangelizar, Marcos nos dice que «les dio autoridad sobre los espíritus inmundos», es decir, les dio poder para liberar del mal, no para dominar y controlar a las personas.






domingo, 5 de julio de 2015

NO DESPRECIAR AL PROFETA



Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 6, 1-6

El relato no deja de ser sorprendente. Jesús fue rechazado precisamente en su propio pueblo, entre aquellos que creían conocerlo mejor que nadie. Llega a Nazaret, acompañado de sus discípulos, y nadie sale a su encuentro, como sucede a veces en otros lugares. Tampoco le presentan a los enfermos de la aldea para que los cure.

Su presencia solo despierta en ellos asombro. No saben quién le ha podido enseñar un mensaje tan lleno de sabiduría. Tampoco se explican de dónde proviene la fuerza curadora de sus manos. Lo único que saben es que Jesús un trabajador nacido en una familia de su aldea. Todo lo demás «les resulta escandaloso».

Jesús se siente « despreciado»: los suyos no le aceptan como portador del mensaje y de la salvación de Dios. Se han hecho una idea de su vecino Jesús y se resisten a abrirse al misterio que se encierra en su persona. Jesús les recuerda un refrán que, probablemente, conocen todos: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».

Al mismo tiempo, Jesús «se extraña de su falta de fe». Es la primera vez que experimenta un rechazo colectivo, no de los dirigentes religiosos, sino de todo su pueblo. No se esperaba esto de los suyos. Su incredulidad llega incluso a bloquear su capacidad de curar: «no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos».

Marcos no narra este episodio para satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino para advertir a las comunidades cristianas que Jesús puede ser rechazado precisamente por quienes creen conocerlo mejor: los que se encierran en sus ideas preconcebidas sin abrirse ni a la novedad de su mensaje ni al misterio de su persona.

¿Cómo estamos acogiendo a Jesús los que nos creemos «suyos»? En medio de un mundo que se ha hecho adulto, ¿no es nuestra fe demasiado infantil y superficial? ¿No vivimos demasiado indiferentes a la novedad revolucionaria de su mensaje? ¿No es extraña nuestra falta de fe en su fuerza transformadora? ¿No tenemos el riesgo de apagar su Espíritu y despreciar su Profecía?

Ésta la preocupación de Pablo de Tarso: «No apaguen el Espíritu, no desprecien el don de Profecía. Revísenlo todo y quédense sólo con lo bueno» (1 Tesalonicenses 5, 19-21).


¿No necesitamos algo de esto los cristianos de nuestros días?