domingo, 26 de octubre de 2014

MITOS




Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 22, 34-40

A cualquier cosa se le llama hoy «amor». Pocas realidades han quedado tan desfiguradas por la propagación de ideas, costumbres y corrientes de todo tipo. No es, por ello, superfluo tratar de algunos mitos que circulan entre nosotros.

Para bastantes personas, «amar» significa sentir una atracción de carácter sentimental o sexual. Esta atracción desencadena un comportamiento amoroso de entrega a otro; cuando esa atracción se apaga, desaparece el amor. Este mito del «amor romance» contiene, como todos los mitos, verdad. En esa relación hay muchas veces amor verdadero. Pero esa atracción puede surgir también de la biología, del aburrimiento, del egoísmo o del afán de aventura.

Está también bastante extendido el mito de que, si se ama, se termina siempre sufriendo, y no poco. Es cierto que amar es arriesgarse; quien ama puede experimentar en algún momento el desengaño, la decepción e, incluso, la traición. Pero es falso relacionar el amor con el sufrimiento. El dolor es inevitable para todos. Pero lo es todavía más si una persona se va encerrando egoístamente en sí misma sin amar ni dejarse amar.

Existe también el mito que exalta el amor como la panacea que lo resuelve todo. Algunos piensan que lo importante para la persona es encontrar «el amor de su vida». Este amor terminará con su soledad, transformará su vida, les aportará seguridad y alegría. Qué duda cabe que una experiencia amorosa sana es un estímulo inapreciable para vivir. Pero, lo es, sobre todo, cuando la persona no se contenta con «recibir amor», sino que desarrolla su capacidad de amar y no sólo al «ser amado», sino también a quienes día a día va encontrando en su camino.

El mito de la espontaneidad dice que el amor ha de ser espontáneo. De lo contrario, es algo forzado, artificial y falso. Sin duda, el amor puede nacer de forma espontánea. Lo falso es pensar que ésa es la única forma de amar. En realidad el amor es un arte que se ha de aprender día a día, muchas veces en circunstancias adversas. Amar significa comprender, perdonar, respetar, aliviar el sufrimiento del otro, y todo esto no brota siempre espontáneamente. Se necesita atención, esfuerzo, determinación.

Otro mito dice que amar es difícil y complicado. Lo importante es encontrar un espacio en la sociedad y establecer relaciones «interesantes» con las personas. La pareja y los amigos interesan en la medida en que te ayudan a soportar la vida. Sin embargo, el ser humano está hecho para amar y no sólo para ser amado. La persona conoce una alegría honda cuando es capaz de amar y de amar gratuitamente.

El verdadero amor cristiano se aprende de Jesucristo. Es él quien nos enseña a amar no sólo a quien despierta en nosotros una atracción agradable, sino también a aquellos que necesitan una mano amiga que los sostenga. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Más aún: «Ámense unos a otros como yo los he amado.»  (J. A. Pagola).






domingo, 19 de octubre de 2014

SON DE DIOS, DE NADIE MÁS


A Dios lo que es de Dios.


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 22, 15-21

«Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Pocas palabras de Jesús habrán sido tan citadas como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada desde intereses muy ajenos a aquel Profeta que vivió totalmente dedicado, no precisamente al Emperador sino a los olvidados, empobrecidos y excluidos por Roma.

El episodio está cargado de tensión. Los fariseos se han retirado a planear un ataque decisivo contra Jesús. Para ello envían a «unos discípulos»; no vienen ellos mismos; evitan el encuentro directo con Jesús. Ellos son defensores del orden vigente y no quieren perder su puesto privilegiado en aquella sociedad que Jesús está cuestionando de raíz.

Pero, además, los envían acompañados «por unos partidarios de Herodes» del entorno de Antipas. Seguramente, no faltan entre ellos terratenientes y recaudadores encargados de almacenar el grano de Galilea y enviar los tributos al César.

El elogio que hacen de Jesús es insólito en sus labios: «Sabemos que eres sincero y enseñas el camino conforme a la verdad». Todo es una trampa, pero han hablado con más verdad de lo que se imaginan. Es así. Jesús vive totalmente entregado a preparar el «camino de Dios» para que nazca una sociedad más justa.

No está al servicio del emperador de Roma; ha entrado en la dinámica del reino de Dios. No vive para desarrollar el Imperio, sino para hacer posible la justicia de Dios entre sus hijos e hijas. Cuando le preguntan si «es lícito pagar impuesto al César o no», su respuesta es rotunda: «Paguen al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Jesús no está pensando en Dios y el César como dos poderes que pueden exigir cada uno sus derechos a sus súbditos. Como judío fiel, sabe que a Dios le pertenece «la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes» (salmo 24). ¿Qué le puede pertenecer al César, que no sea de Dios? Sólo su dinero injusto.

Si alguien vive enredado en el sistema del César, que cumpla sus «obligaciones», pero si entra en la dinámica del reino de Dios ha de saber que los pobres le pertenecen sólo a Dios, son sus hijos predilectos. Nadie ha de abusar de ellos. Esto es lo que Jesús enseña «conforme a la verdad».


Sus seguidores nos hemos de resistir a que nadie, cerca o lejos de nosotros, sea sacrificado a ningún poder político, económico, religioso ni eclesiástico. Los humillados por los poderosos son de Dios. De nadie más. 


EL ESPÍRITU SOLIDARIO DE LOS MAGALLÁNICOS: 
MOTIVO DE ALEGRÍA Y ESPERANZA.


Música para animarse a la MISIÓN...



Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile






CATÓLICOS MISIONEROS - TODOS SOLIDARIOS


domingo, 12 de octubre de 2014

A PESAR DE TODO, HABRÁ FIESTA.




Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 22, 1-14

“Convidados a la boda”.

Jesús conocía muy bien la vida dura y monótona de los campesinos. Sabía cómo esperaban la llegada del sábado para «liberarse» del trabajo. Los veía disfrutar en las fiestas y en las bodas. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a un banquete y poder sentarse a la mesa con los vecinos a compartir una fiesta?

Movido por su experiencia de Dios, Jesús comenzó a hablarles de una manera sorprendente. La vida no es sólo esta vida de trabajos y preocupaciones, penas y sinsabores. Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e hijas. A todos los quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.

Jesús no se contentaba sólo con hablar así de Dios. Él mismo invitaba a todos a su mesa y comía incluso con pecadores e indeseables. Quería ser para todos la gran invitación de Dios a la fiesta final. Los quería ver recibiendo con gozo la invitación y creando entre todos un clima más amistoso y fraterno que los preparara adecuadamente para la fiesta final.

¿Qué ha sido de esta invitación?, ¿quién la anuncia?, ¿quién la escucha?, ¿dónde se puede tener noticias de esta fiesta? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a todo lo que no sea nuestro propio interés inmediato, no creemos necesitar de Dios. ¿No nos estamos acostumbrando poco a poco a vivir sin necesidad de una esperanza última en nada?

En la parábola de Mateo, cuando los que tienen tierras y negocios rechazan la invitación, el rey dice a sus criados: “Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. La orden es inaudita, pero refleja lo que siente Jesús. A pesar de tanto rechazo y menosprecio, habrá fiesta. Dios no ha cambiado. Hay que seguir convidando.

Pero ahora lo mejor es ir a «los cruces de los caminos» por donde pasan tantas gentes errantes, sin tierras ni negocios, a los que nadie ha invitado nunca a nada. Ellos pueden entender mejor que nadie la invitación. Pueden recordarnos la necesidad última que tenemos de Dios. Pueden enseñarnos la esperanza.







domingo, 5 de octubre de 2014

NO DEFRAUDAR A DIOS



 “Se les quitará a ustedes el reino de Dios”.


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 21, 33-43

La parábola de los «viñadores homicidas» es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros.

El relato habla de unos labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de la vendimia, sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera.

Su osadía es increíble. Uno tras otro, van matando a los mensajeros que el señor les envía para recoger los frutos. Más aún. Cuando les envía a su propio hijo, lo echan «fuera de la viña» y lo matan para quedarse como únicos dueños de todo.

¿Qué puede hacer ese señor de la viña con esos labradores? Los dirigentes religiosos, que escuchan nerviosos la parábola, sacan una conclusión terrible: los hará morir y traspasará la viña a otros labradores «que le entreguen los frutos a su tiempo». Ellos mismos se están condenando. Jesús se lo dice a la cara: «Por eso, les digo que se les quitará a ustedes el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

En la «viña de Dios» no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios, que Jesús anuncia y promueve, no pueden seguir ocupando un lugar «labradores» indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios. Han de ser sustituidos por «un pueblo que produzca frutos».

A veces pensamos que esta parábola tan amenazadora vale para antes de Cristo, para el pueblo del Antiguo Testamento, pero no para nosotros que somos el pueblo de la Nueva Alianza y tenemos ya la garantía de que Cristo estará siempre con nosotros.

Es un error. La parábola está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios.

DOCTOR SEBASTIÁN ILLANES EN PUNTA ARENAS



Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile