domingo, 28 de diciembre de 2014

¡ QUÉ FAMILIA... !


“Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.”


Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 2, 22-40

Hoy se habla mucho de la crisis de la institución familiar. Ciertamente la crisis es grave. Pero no es lícito ser catastrofistas. Aunque estamos siendo testigos de una verdadera revolución en la conducta familiar, y muchos han predicado la muerte de diversas formas tradicionales de familia, nadie anuncia hoy seriamente la desaparición de la familia.

Al contrario, la historia parece enseñarnos que en los tiempos difíciles se estrechan más los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres. La crisis y la penuria los une. Ante el presentimiento de que vamos a vivir tiempos difíciles, son bastantes los que presagian un nuevo renacer de la familia.

Con frecuencia, el deseo sincero de muchos cristianos de imitar a la sagrada familia de Nazaret ha favorecido el ideal de una familia cimentada en la armonía y la felicidad del propio hogar. Sin duda, es necesario también hoy promover la autoridad y responsabilidad de los padres, la obediencia de los hijos, el diálogo y la solidaridad familiar. Sin estos valores la familia fracasará.

Pero no cualquier familia responde a las exigencias del reino de Dios planteadas por Jesús. Hay familias abiertas al servicio de la sociedad, y familias egoístamente replegadas sobre sí mismas. Familias autoritarias y familias de talante dialogal. Familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad.

Concretamente, en contexto de crisis económica, la familia puede ser una escuela de insolidaridad en la que el egoísmo familiar, se convierte en virtud y criterio de actuación que configurará el comportamiento social de los hijos. Y puede ser, por el contrario, un lugar en el que el hijo o la hija pueden recordar que todos tenemos un Padre común, y que el mundo no se acaba en las paredes de la propia casa.


Por eso, no podemos celebrar responsablemente la fiesta de la Sagrada Familia, sin escuchar el reto de nuestra fe. ¿Serán nuestros hogares un lugar donde las nuevas generaciones escucharán la llamada del evangelio a la fraternidad universal, la defensa de los abandonados, y la búsqueda de una sociedad más justa, o se convertirán en la escuela más eficaz de insolidaridad, inhibición y pasividad egoísta ante los problemas ajenos?



domingo, 21 de diciembre de 2014

AVE MARÍA


“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.”


Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 1,26-38

Hace algunos años me encontré con una persona que, después de una larga crisis religiosa, buscaba de nuevo a Dios. Después de una larga conversación, me confesó que quería rezar. Hacía mucho tiempo que había abandonado toda práctica religiosa. Había olvidado el Padrenuestro. Tampoco recordaba ninguna otra oración. De pronto, el rostro se le iluminó: «Tal vez.., el Avemaría». Mientras recitábamos juntos la sencilla oración, vi que de sus ojos se desprendían dos lágrimas de alegría y emoción. Las grandes oraciones son siempre profundamente humanas y humildes. No son necesarias palabras complicadas ni frases sublimes. Lo importante es la fe con que se invoca.

El Avemaría, unida con frecuencia al rezo del Padrenuestro, es una de las oraciones cristianas más populares. Consta de tres partes. La primera está tomada del anuncio del ángel a María. «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo.» La segunda evoca las palabras de alabanza que Isabel dirige a María: «Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. » La última parte es una invocación medieval de origen incierto: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. »

Cada uno sabe cómo y por qué caminos discurre su vida, pero siempre es bueno encontrarse con María. Ella es Madre de Dios y también nuestra. María no es Dios, no es fuente de nuestra salvación, pero Dios está con ella y la ha llenado de gracia. En medio de un mundo que, a veces, parece maldito, ella es bendita porque ha sido bendecida por Dios para siempre. Podemos acudir a ella con confianza.

No necesitamos defendernos ni dar explicaciones. Ella es nuestra Madre. Conoce nuestro corazón cansado y, tal vez, nuestra vida rota o desquiciada. Conoce nuestros errores y nuestra mediocridad. En María, llena de la gracia de Dios, siempre encontraremos el amor y el perdón del mismo Dios. Unidos a tantos hombres y mujeres, podemos también nosotros invocarla con humildad: «Ruega por nosotros, pecadores.»

María nos acompaña siempre. En los momentos gozosos y en los difíciles. Podemos contar con su protección maternal en la depresión y en la enfermedad, en la soledad o en el fracaso, en el miedo o en el pecado. Invocamos su ayuda «ahora», en el momento en que pronunciamos la oración, y también para «la hora de nuestra muerte» siempre desconocida, pero siempre más cercana.


Al final del Adviento, el relato evangélico nos recuerda las palabras del ángel a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28). Pueden ser una invitación a despertar nuestra confianza en ella y a susurrar en lo secreto de nuestro corazón la conocida plegaria a la Madre: «Ave María.»







domingo, 14 de diciembre de 2014

EN MEDIO DEL DESIERTO




Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28

“Allanen el camino del Señor.”

Los grandes movimientos religiosos han nacido casi siempre en el desierto. Son los hombres y las mujeres del silencio y la soledad los que al ver la luz, pueden convertirse en maestros y guías de la Humanidad. En el desierto no es posible lo superfluo. En el silencio sólo se escuchan las preguntas esenciales. En el desierto sólo sobrevive quien se alimenta de lo interior.

En el cuarto evangelio, el Bautista queda reducido a lo esencial. No es el Mesías, ni Elías vuelto a la vida, no es el profeta. Es «una voz que grita en el desierto». No tiene poder político, no posee título religioso alguno. No habla desde el Templo o la sinagoga. Su voz no nace de la estrategia política ni de los intereses religiosos. Viene de lo que escucha el ser humano cuando ahonda en lo esencial.

El presentimiento del Bautista se puede resumir así: «Hay algo más grande, más digno y esperanzador que lo que estamos viviendo. Nuestra vida ha de cambiar de raíz». No basta frecuentar la sinagoga sábado tras sábado, de nada sirve leer rutinariamente los textos sagrados, es inútil ofrecer regularmente los sacrificios prescritos por la Ley. No da vida cualquier religión. Hay que abrirse al Misterio del Dios vivo.

En la sociedad de la abundancia y del progreso, se está haciendo cada vez más difícil escuchar una voz que venga del desierto. Lo que se oye es la publicidad de lo superfluo, la divulgación de lo trivial, la palabrería de políticos prisioneros de su estrategia y hasta discursos religiosos interesados.

Alguien podría pensar que ya no es posible conocer a testigos que nos hablen desde el silencio y la verdad de Dios. No es así. En medio del desierto de la vida moderna podemos encontrarnos con personas que irradian sabiduría y dignidad pues no viven de lo superfluo. Gente sencilla entrañablemente humana. No pronuncian muchas palabras. Es su vida la que habla.

Ellos nos invitan, como el Bautista, a dejarnos «bautizar», a sumergirnos en una vida diferente, recibir un nuevo nombre, «renacer» para no sentirnos producto de esta sociedad ni hijos del ambiente, sino hijos queridos de Dios.






domingo, 7 de diciembre de 2014

BUENA NOTICIA




Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 1, 1-8
A lo largo de este nuevo año litúrgico los cristianos iremos leyendo los domingos el evangelio de Marcos. Su pequeño escrito arranca con este título: «Comienza la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios». Estas palabras nos permiten evocar algo de lo que encontraremos en su relato.

Con Jesús «comienza» algo nuevo. Es lo primero que quiere dejar claro Marcos. Todo lo anterior pertenece al pasado. Jesús es el comienzo de algo nuevo e inconfundible. En el relato, Jesús dirá que "el tiempo se ha cumplido". Con él llega la Buena Noticia de Dios.

Esto es lo que están experimentando los primeros cristianos. Quien se encuentra vitalmente con Jesús y penetra un poco en su misterio, sabe que empieza una vida nueva, algo que nunca había experimentado anteriormente.

Lo que encuentran en Jesús es una «Buena Noticia». Algo nuevo y bueno. La palabra «Evangelio» que emplea Marcos es muy frecuente entre los primeros seguidores de Jesús y expresa lo que sienten al encontrarse con él. Una sensación de liberación, alegría, seguridad y desaparición de miedos. En Jesús se encuentran con "la salvación de Dios".

Cuando alguien descubre en Jesús al Dios amigo del ser humano, el Padre de todos los pueblos, el defensor de los últimos, la esperanza de los perdidos, sabe que no encontrará una noticia mejor. Cuando conoce el proyecto de Jesús de trabajar por un mundo más humano, digno y dichoso, sabe que no podrá dedicarse a nada más grande.

Esta Buena Noticia es Jesús mismo, el protagonista del relato que va a escribir Marcos. Por eso, su intención primera no es ofrecernos doctrina sobre Jesús ni aportarnos información biográfica sobre él, sino seducirnos para que nos abramos a la Buena Noticia que sólo podremos encontrar en él.

Marcos le atribuye a Jesús dos títulos: uno típicamente judío, el otro más universal. Sin embargo reserva a los lectores alguna sorpresa. Jesús es el «Mesías» al que los judíos esperaban como liberador de su pueblo. Pero un Mesías muy diferente del líder guerrero que muchos anhelaban para destruir a los romanos. En su relato, Jesús es descrito como enviado por Dios para humanizar la vida y encauzar la historia hacia su salvación. Es la primera sorpresa.

Jesús es «Hijo de Dios», pero no dotado del poder y la gloria que algunos hubieran imaginado. Un Hijo de Dios profundamente humano, tan humano que sólo Dios puede ser así. Sólo cuando termina su vida de servicio a todos, ejecutado en una cruz, un centurión romano confiesa: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". Es la segunda sorpresa.




domingo, 30 de noviembre de 2014

UNA COMUNIDAD DESPIERTA




Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 13, 33 - 37 
Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba.

Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar, Cristo no nos encuentre dormidos».

La vigilancia se convirtió en la palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente: «vigilen», «estén alerta», «estén despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es sólo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que les digo a ustedes lo digo a todos: Vigilen». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de todos los tiempos.

Han pasado veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando en la indiferencia y la mediocridad?

¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos y transparentes?

¿No hemos de recuperar el rostro vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta?

¿Cómo podemos seguir hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia «dormida» a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?

¿No sentimos la necesidad de despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él puede despertar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de la falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría? ¿Quién nos dará su fuerza creadora y su vitalidad?





domingo, 23 de noviembre de 2014

UN JUICIO EXTRAÑO




Reflexión de J. A. Pagola, inspirada en el Evangelio según san Mateo 25, 31-46

Las fuentes no admiten dudas. Jesús vive volcado hacia aquellos que ve necesitados de ayuda. Es incapaz de pasar de largo. Ningún sufrimiento le es ajeno. Se identifica con los más pequeños y desvalidos y hace por ellos todo lo que puede. Para él la compasión es lo primero. El único modo de parecernos a Dios: «Sean compasivos como su Padre del cielo es compasivo».

¿Cómo nos va a extrañar que, al hablar del Juicio final, Jesús presente la compasión como el criterio último y decisivo que juzgará nuestras vidas y nuestra identificación con él? ¿Cómo nos va a extrañar que se presente identificado con todos los pobres y desgraciados de la historia?

Según el relato de Mateo, comparecen ante el Hijo del Hombre, es decir, ante Jesús, el compasivo, «todas las naciones». No se hacen diferencias entre «pueblo elegido» y «pueblo pagano». Nada se dice de las diferentes religiones y cultos. Se habla de algo muy humano y que todos entienden: ¿Qué hemos hecho con todos los que han vivido sufriendo?

El evangelista no se detiene propiamente a describir los detalles de un juicio. Lo que destaca es un doble diálogo que arroja una luz inmensa sobre nuestro presente, y nos abre los ojos para ver que, en definitiva, hay dos maneras de reaccionar ante los que sufren: nos compadecemos y les ayudamos, o nos desentendemos y los abandonamos.

El que habla es un Juez que está identificado con todos los pobres y necesitados: «Cada vez que ayudaron a uno de estos mis pequeños hermanos, lo hicieron conmigo». Quienes se han acercado a ayudar a un necesitado, se han acercado a él. Por eso han de estar junto a él en el reino: «Vengan, benditos de mi Padre».

Luego se dirige a quienes han vivido sin compasión: «Cada vez que no ayudaron a uno de estos pequeños, lo dejaron de hacer conmigo». Quienes se han apartado de los que sufren, se han apartado de Jesús. Es lógico que ahora les diga: «Apártense de mí». Sigan su camino...

Nuestra vida se está jugando ahora mismo. No hay que esperar ningún juicio. Ahora nos estamos acercando o alejando de los que sufren. Ahora nos estamos acercando o alejando de Cristo. Ahora estamos decidiendo nuestra vida.






domingo, 16 de noviembre de 2014

MIEDO AL RIESGO






Reflexión inspirada en el Evangelio según san Mateo 25, 14-30

La parábola de los talentos es muy conocida entre los cristianos. Según el relato, antes de salir de viaje, un señor confía la gestión de sus bienes a tres empleados. A uno le deja cinco talentos, a otro dos y a un tercero un talento: «a cada uno según su capacidad». De todos espera una respuesta digna.

Los dos primeros se ponen «enseguida» a negociar con sus talentos. Se les ve trabajar con decisión, identificados con el proyecto de su señor. No temen correr riesgos. Cuando llega el señor le entregan con orgullo los frutos: han logrado duplicar los talentos recibidos.

La reacción del tercer empleado es extraña. Lo único que se le ocurre es «esconder bajo tierra» el talento recibido para conservarlo seguro. Cuando vuelve su señor, se justifica con estas palabras: “Señor, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado… Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!” El señor lo condena como empleado «negligente».

En realidad, la raíz de su comportamiento es más profunda. Este empleado tiene una imagen falsa del señor. Lo imagina egoísta, injusto y arbitrario. Es exigente y no admite errores. No se puede uno fiar. Lo mejor es defenderse de él.

Esta idea mezquina de su señor lo paraliza. No se atreve a correr riesgo alguno. El miedo lo tiene bloqueado. No es libre para responder de manera creativa a la responsabilidad que se le ha confiado. Lo más seguro es «conservar» el talento. Con eso basta.

Probablemente, los cristianos de las primeras generaciones captaban mejor que nosotros la fuerza interpeladora de la parábola. Jesús ha dejado en nuestras manos el Proyecto del Padre de hacer un mundo más justo y humano. Nos ha dejado en herencia el mandato del amor. Nos ha confiado la gran Noticia de un Dios amigo del ser humano. ¿Cómo estamos respondiendo hoy los seguidores de Jesús?

Cuando no se vive la fe cristiana desde la confianza sino desde el miedo, todo se desvirtúa. La fe se conserva pero no se contagia. La religión se convierte en deber. El evangelio es sustituido por la observancia. La celebración queda dominada por la preocupación ritual.

Sería un error presentarnos un día ante el Señor con la actitud del tercer empleado: "Aquí tienes lo tuyo. Aquí está tu Evangelio, aquí está el proyecto de tu reino y tu mensaje de amor a los que sufren. Lo hemos conservado fielmente. Lo hemos predicado correctamente. No ha servido mucho para transformar nuestra vida. Tampoco para abrir caminos de justicia a tu reino. Pero aquí lo tienes intacto".





domingo, 9 de noviembre de 2014

EL CULTO AL DINERO



Reflexión inspirada en el evangelio según san Juan 2,13-22

Hay algo alarmante en nuestra sociedad que nunca denunciaremos lo bastante. Vivimos en una civilización que tiene como eje de pensamiento y criterio de actuación, la secreta convicción de que lo importante y decisivo no es lo que uno es sino lo que tiene.

Se ha dicho que el dinero es «el símbolo e ídolo de nuestra civilización» (Miguel Delibes). Y de hecho, son mayoría los que le rinden y sacrifican todo su ser.

J. Galbraith, el gran teórico del capitalismo moderno, describe así el poder del dinero en su obra «La sociedad de la abundancia». El dinero «trae consigo tres ventajas fundamentales: primero, el goce del poder que presta al hombre; segundo, la posesión real de todas las cosas que pueden comprarse con dinero; tercero, el prestigio o respeto de que goza el rico gracias a su riqueza».

Cuantas personas, sin atreverse a confesarlo, saben que en su vida, lo decisivo, lo importante y definitivo es ganar dinero, adquirir un bienestar material, lograr un prestigio económico.

Aquí está sin duda, una de las quiebras más graves de nuestra civilización. El hombre occidental se ha hecho materialista y, a pesar de sus grandes proclamas sobre la libertad, la justicia o la solidaridad, apenas cree en otra cosa que no sea el dinero.

Y, sin embargo, hay poca gente feliz. Con dinero se puede montar una casa agradable, pero no crear un hogar cálido. Con dinero se puede comprar una cama cómoda, pero no un sueño tranquilo. Con dinero se puede adquirir nuevas relaciones pero no despertar una verdadera amistad. Con dinero se puede comprar placer pero no felicidad.

Pero, los creyentes hemos de recordar algo más. El dinero abre todas las puertas, pero nunca abre la puerta de nuestro corazón a Dios.

No estamos acostumbrados los cristianos a la imagen violenta de un Mesías fustigando a las gentes con un azote en las manos. Y, sin embargo, ésa es la reacción de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no saben buscar otra cosa sino su propio negocio.

El templo deja de ser lugar de encuentro con el Padre cuando nuestra vida es un mercado donde sólo se rinde culto al dinero. Y no puede haber una relación filial con Dios Padre cuando nuestras relaciones con los demás están mediatizadas sólo por intereses de dinero.


Imposible entender algo del amor, la ternura y la acogida de Dios a los hombres cuando uno vive comprando o vendiéndolo todo, movido únicamente por el deseo de «negociar» su propio bienestar.





domingo, 2 de noviembre de 2014

LLORAR Y REZAR


Conmemoración de los Fieles Difuntos


Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 24, 1–8


Podemos ignorarla. No hablar de ella. Vivir intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero no lo podemos evitar. Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrebatándonos a nuestros seres más queridos.

¿Cómo reaccionar ante ese accidente que se nos lleva para siempre a nuestro hijo? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía del esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?

La muerte es como una puerta que traspasa cada persona a solas. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio. ¿Cómo vivir esa experiencia de impotencia, desconcierto y pena inmensa?

No es fácil. Durante estos años hemos ido cambiando mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más vulnerables. Más escépticos, pero también más necesitados. Sabemos mejor que nunca que no podemos darnos a nosotros mismos todo lo que en el fondo anhela el ser humano.

Por eso quiero recordar, precisamente en esta sociedad, unas palabras de Jesús que sólo pueden resonar en nosotros, si somos capaces de abrirnos con humildad al misterio último que nos envuelve a todos: «No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí».

Creo que casi todos, creyentes, poco creyentes, menos creyentes o malos creyentes, podemos hacer dos cosas ante la muerte: llorar y rezar. Cada uno y cada una, desde su pequeña fe. Una fe convencida o una fe vacilante y casi apagada. Nosotros tenemos muchos problemas con nuestra fe, pero Dios no tiene problema alguno para entender nuestra impotencia y conocer lo que hay en el fondo de nuestro corazón.

Cuando tomo parte en un funeral, suelo pensar que, seguramente, los que nos reunimos allí, convocados por la muerte de un ser querido, podemos decirle así:

«Estamos aquí porque te seguimos queriendo,
pero ahora no sabemos qué hacer por ti.
Nuestra fe es pequeña y débil.

Te confiamos al misterio de la Bondad de Dios.
Él es para ti un lugar más seguro
que todo lo que nosotros te podemos ofrecer.

Sé feliz.
Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte.
Te dejamos  en sus manos».








sábado, 1 de noviembre de 2014

LA FELICIDAD NO SE COMPRA



Reflexión de José Pagola, inspirada en el evangelio según san Mateo 5, 1-12a

Nadie sabemos dar una respuesta demasiado clara cuando se nos pregunta por la felicidad. ¿Qué es de verdad la felicidad? ¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos?

Ciertamente no es fácil acertar a ser feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. No basta conseguir lo que uno andaba buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. Cuando uno ha conseguido lo que quería, descubre que está de nuevo buscando ser feliz.

También es claro que la felicidad no se puede comprar. No se la puede adquirir en ninguna planta de ningún gran almacén, como tampoco la alegría, la amistad o la ternura. Con dinero sólo podemos comprar apariencia de felicidad.

Por eso, hay tantas personas tristes en nuestras calles. La felicidad ha sido sustituida por el placer, la comodidad y el bienestar. Pero nadie sabe cómo devolverle al hombre de hoy el gozo, la libertad, la experiencia de plenitud.

Nosotros tenemos nuestras «bienaventuranzas». Suenan así: Dichosos los que tienen una buena cuenta corriente, los que se pueden comprar el último modelo, los que siempre triunfan, a costa de lo que sea, los que son aplaudidos, los que disfrutan de la vida sin escrúpulos, los que se desentienden de los problemas...

Jesús ha puesto nuestra «felicidad» cabeza abajo. Ha dado un vuelco total a nuestra manera de entender la vida y nos ha descubierto que estamos corriendo «en dirección contraria».

Hay otro camino verdadero para ser feliz, que a nosotros nos parece falso e increíble. La verdadera felicidad es algo que uno se la encuentra de paso, como fruto de un seguimiento sencillo y fiel a Jesús.

¿En qué creer? ¿En las bienaventuranzas de Jesús o en los reclamos de felicidad de nuestra sociedad?

Tenemos que elegir entre estos dos caminos. O bien, tratar de asegurar nuestra pequeña felicidad y sufrir lo menos posible, sin amar, sin tener piedad de nadie, sin compartir... O bien, amar... buscar la justicia, estar cerca del que sufre y aceptar el sufrimiento que sea necesario, creyendo en una felicidad más profunda.

Uno se va haciendo creyente cuando va descubriendo prácticamente que el hombre es más feliz cuando ama, incluso sufriendo, que cuando no ama y por lo tanto no sufre por ello.


Es una equivocación pensar que el cristiano está llamado a vivir fastidiándose más que los demás, de manera más infeliz que los otros. Ser cristiano, por el contrario, es buscar la verdadera felicidad por el camino señalado por Jesús. Una felicidad que comienza aquí, aunque alcanza su plenitud en el encuentro final con Dios.





domingo, 26 de octubre de 2014

MITOS




Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 22, 34-40

A cualquier cosa se le llama hoy «amor». Pocas realidades han quedado tan desfiguradas por la propagación de ideas, costumbres y corrientes de todo tipo. No es, por ello, superfluo tratar de algunos mitos que circulan entre nosotros.

Para bastantes personas, «amar» significa sentir una atracción de carácter sentimental o sexual. Esta atracción desencadena un comportamiento amoroso de entrega a otro; cuando esa atracción se apaga, desaparece el amor. Este mito del «amor romance» contiene, como todos los mitos, verdad. En esa relación hay muchas veces amor verdadero. Pero esa atracción puede surgir también de la biología, del aburrimiento, del egoísmo o del afán de aventura.

Está también bastante extendido el mito de que, si se ama, se termina siempre sufriendo, y no poco. Es cierto que amar es arriesgarse; quien ama puede experimentar en algún momento el desengaño, la decepción e, incluso, la traición. Pero es falso relacionar el amor con el sufrimiento. El dolor es inevitable para todos. Pero lo es todavía más si una persona se va encerrando egoístamente en sí misma sin amar ni dejarse amar.

Existe también el mito que exalta el amor como la panacea que lo resuelve todo. Algunos piensan que lo importante para la persona es encontrar «el amor de su vida». Este amor terminará con su soledad, transformará su vida, les aportará seguridad y alegría. Qué duda cabe que una experiencia amorosa sana es un estímulo inapreciable para vivir. Pero, lo es, sobre todo, cuando la persona no se contenta con «recibir amor», sino que desarrolla su capacidad de amar y no sólo al «ser amado», sino también a quienes día a día va encontrando en su camino.

El mito de la espontaneidad dice que el amor ha de ser espontáneo. De lo contrario, es algo forzado, artificial y falso. Sin duda, el amor puede nacer de forma espontánea. Lo falso es pensar que ésa es la única forma de amar. En realidad el amor es un arte que se ha de aprender día a día, muchas veces en circunstancias adversas. Amar significa comprender, perdonar, respetar, aliviar el sufrimiento del otro, y todo esto no brota siempre espontáneamente. Se necesita atención, esfuerzo, determinación.

Otro mito dice que amar es difícil y complicado. Lo importante es encontrar un espacio en la sociedad y establecer relaciones «interesantes» con las personas. La pareja y los amigos interesan en la medida en que te ayudan a soportar la vida. Sin embargo, el ser humano está hecho para amar y no sólo para ser amado. La persona conoce una alegría honda cuando es capaz de amar y de amar gratuitamente.

El verdadero amor cristiano se aprende de Jesucristo. Es él quien nos enseña a amar no sólo a quien despierta en nosotros una atracción agradable, sino también a aquellos que necesitan una mano amiga que los sostenga. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Más aún: «Ámense unos a otros como yo los he amado.»  (J. A. Pagola).






domingo, 19 de octubre de 2014

SON DE DIOS, DE NADIE MÁS


A Dios lo que es de Dios.


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 22, 15-21

«Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Pocas palabras de Jesús habrán sido tan citadas como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada desde intereses muy ajenos a aquel Profeta que vivió totalmente dedicado, no precisamente al Emperador sino a los olvidados, empobrecidos y excluidos por Roma.

El episodio está cargado de tensión. Los fariseos se han retirado a planear un ataque decisivo contra Jesús. Para ello envían a «unos discípulos»; no vienen ellos mismos; evitan el encuentro directo con Jesús. Ellos son defensores del orden vigente y no quieren perder su puesto privilegiado en aquella sociedad que Jesús está cuestionando de raíz.

Pero, además, los envían acompañados «por unos partidarios de Herodes» del entorno de Antipas. Seguramente, no faltan entre ellos terratenientes y recaudadores encargados de almacenar el grano de Galilea y enviar los tributos al César.

El elogio que hacen de Jesús es insólito en sus labios: «Sabemos que eres sincero y enseñas el camino conforme a la verdad». Todo es una trampa, pero han hablado con más verdad de lo que se imaginan. Es así. Jesús vive totalmente entregado a preparar el «camino de Dios» para que nazca una sociedad más justa.

No está al servicio del emperador de Roma; ha entrado en la dinámica del reino de Dios. No vive para desarrollar el Imperio, sino para hacer posible la justicia de Dios entre sus hijos e hijas. Cuando le preguntan si «es lícito pagar impuesto al César o no», su respuesta es rotunda: «Paguen al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Jesús no está pensando en Dios y el César como dos poderes que pueden exigir cada uno sus derechos a sus súbditos. Como judío fiel, sabe que a Dios le pertenece «la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes» (salmo 24). ¿Qué le puede pertenecer al César, que no sea de Dios? Sólo su dinero injusto.

Si alguien vive enredado en el sistema del César, que cumpla sus «obligaciones», pero si entra en la dinámica del reino de Dios ha de saber que los pobres le pertenecen sólo a Dios, son sus hijos predilectos. Nadie ha de abusar de ellos. Esto es lo que Jesús enseña «conforme a la verdad».


Sus seguidores nos hemos de resistir a que nadie, cerca o lejos de nosotros, sea sacrificado a ningún poder político, económico, religioso ni eclesiástico. Los humillados por los poderosos son de Dios. De nadie más. 


EL ESPÍRITU SOLIDARIO DE LOS MAGALLÁNICOS: 
MOTIVO DE ALEGRÍA Y ESPERANZA.


Música para animarse a la MISIÓN...



Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile






CATÓLICOS MISIONEROS - TODOS SOLIDARIOS


domingo, 12 de octubre de 2014

A PESAR DE TODO, HABRÁ FIESTA.




Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 22, 1-14

“Convidados a la boda”.

Jesús conocía muy bien la vida dura y monótona de los campesinos. Sabía cómo esperaban la llegada del sábado para «liberarse» del trabajo. Los veía disfrutar en las fiestas y en las bodas. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a un banquete y poder sentarse a la mesa con los vecinos a compartir una fiesta?

Movido por su experiencia de Dios, Jesús comenzó a hablarles de una manera sorprendente. La vida no es sólo esta vida de trabajos y preocupaciones, penas y sinsabores. Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e hijas. A todos los quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.

Jesús no se contentaba sólo con hablar así de Dios. Él mismo invitaba a todos a su mesa y comía incluso con pecadores e indeseables. Quería ser para todos la gran invitación de Dios a la fiesta final. Los quería ver recibiendo con gozo la invitación y creando entre todos un clima más amistoso y fraterno que los preparara adecuadamente para la fiesta final.

¿Qué ha sido de esta invitación?, ¿quién la anuncia?, ¿quién la escucha?, ¿dónde se puede tener noticias de esta fiesta? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a todo lo que no sea nuestro propio interés inmediato, no creemos necesitar de Dios. ¿No nos estamos acostumbrando poco a poco a vivir sin necesidad de una esperanza última en nada?

En la parábola de Mateo, cuando los que tienen tierras y negocios rechazan la invitación, el rey dice a sus criados: “Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”. La orden es inaudita, pero refleja lo que siente Jesús. A pesar de tanto rechazo y menosprecio, habrá fiesta. Dios no ha cambiado. Hay que seguir convidando.

Pero ahora lo mejor es ir a «los cruces de los caminos» por donde pasan tantas gentes errantes, sin tierras ni negocios, a los que nadie ha invitado nunca a nada. Ellos pueden entender mejor que nadie la invitación. Pueden recordarnos la necesidad última que tenemos de Dios. Pueden enseñarnos la esperanza.







domingo, 5 de octubre de 2014

NO DEFRAUDAR A DIOS



 “Se les quitará a ustedes el reino de Dios”.


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 21, 33-43

La parábola de los «viñadores homicidas» es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros.

El relato habla de unos labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de la vendimia, sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera.

Su osadía es increíble. Uno tras otro, van matando a los mensajeros que el señor les envía para recoger los frutos. Más aún. Cuando les envía a su propio hijo, lo echan «fuera de la viña» y lo matan para quedarse como únicos dueños de todo.

¿Qué puede hacer ese señor de la viña con esos labradores? Los dirigentes religiosos, que escuchan nerviosos la parábola, sacan una conclusión terrible: los hará morir y traspasará la viña a otros labradores «que le entreguen los frutos a su tiempo». Ellos mismos se están condenando. Jesús se lo dice a la cara: «Por eso, les digo que se les quitará a ustedes el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

En la «viña de Dios» no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios, que Jesús anuncia y promueve, no pueden seguir ocupando un lugar «labradores» indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios. Han de ser sustituidos por «un pueblo que produzca frutos».

A veces pensamos que esta parábola tan amenazadora vale para antes de Cristo, para el pueblo del Antiguo Testamento, pero no para nosotros que somos el pueblo de la Nueva Alianza y tenemos ya la garantía de que Cristo estará siempre con nosotros.

Es un error. La parábola está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios.

DOCTOR SEBASTIÁN ILLANES EN PUNTA ARENAS



Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile