domingo, 28 de abril de 2013

CARIÑO Y AMISTAD EN LA COMUNIDAD

Como yo los he amado…





Reflexión inspirada en el evangelio de Juan 13, 31- 35


Es la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos.

Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: "Hijos míos, me queda ya poco de estar con vosotros".

Les habla con ternura. Quiere que queden grabados en su corazón sus últimos gestos y palabras: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros". Este es el testamento de Jesús.

Jesús habla de un "mandamiento nuevo". ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También filósofos diversos hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: "amaos como yo os he amado". Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.

Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: "No os llamo siervos... a vosotros os he llamado amigos". En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.

Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus discípulos cuando les ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su estilo: "no he venido a ser servido sino a servir". Entre amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar.

Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.

Un día, el mismo Jesús que señaló a Pedro como "Roca" para construir su Iglesia, llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí".

En la Iglesia querida por Jesús, los más pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el centro de la atención y los cuidados de todos.




domingo, 21 de abril de 2013

ESCUCHAR Y SEGUIR A JESÚS

Él me conoce y yo le conozco a él.




Reflexión inspirada en el evangelio de Juan 10, 27-30

Era invierno. Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba protegido contra el viento por una muralla.

Pronto, un grupo de judíos rodea a Jesús. El diálogo es tenso. Los judíos lo acosan con sus preguntas.

Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: "Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas". ¿Qué significa esta metáfora?

Jesús es muy claro: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna". Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.

Nada hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como seguidores de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.

Sin embargo, ésa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia todo, porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de la religión cristiana.

Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirle cuando nos sentimos atraídos y llamados por Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.

Cuando falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.

Es fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes viven esforzándose por seguir a Jesús.

¡Las conozco... y les doy vida eterna…!




domingo, 14 de abril de 2013

VIVIR ENAMORADO

Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?



Reflexión inspirada en el evangelio de Juan 21, 1-19

El canadiense B. Lonergan ha sido el último teólogo que ha recordado de manera penetrante que «creer es estar enamorado de Dios». ¿Qué puede pensar hoy alguien que escuche esta afirmación? Por lo general, los teólogos no hablan de estas cosas, ni los predicadores se detienen en sentimentalismos de este género. Y, sin embargo, ¿qué otra cosa puede ser confiarse a un Dios que es sólo Amor?

Nada nos acerca con más verdad al núcleo de la fe cristiana que la experiencia del enamoramiento. La idea no es la «genialidad» de un teólogo piadoso, sino la tradición constante de la teología mística que arranca del cuarto evangelio: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor».

El enamoramiento es, probablemente, la experiencia cumbre de la existencia humana. Nada hay más gozoso. Nada llena tanto el corazón. Nada libera con más fuerza de la soledad y del egoísmo. Nada ilumina y potencia con más plenitud la vida. Los místicos lo saben. Por eso, cuando hablan de su fe y entrega a Dios, se expresan como los enamorados.

Se sienten tan atraídos por Él que Dios comienza a ser el centro de su vida. Lo mismo que el enamorado llega a vivir de alguna manera en la persona amada, así les sucede a ellos. No sabrían vivir sin Dios. Él llena su vida de alegría y de luz. Sin Él les invadiría la tristeza y la pena. Nada ni nadie podría llenar el vacío de su corazón.

Alguien podría pensar que todo esto es para personas especialmente dotadas para vivir el misterio de Dios. En realidad, estos creyentes enamorados de Dios nos están diciendo hacia dónde apunta la verdadera fe. Ser creyente no es vivir «sometido» a Dios y a sus mandatos. Antes que nada, es vivir «enamorado» de Dios.

Para el enamorado no es ningún peso recordar a la persona amada, sintonizar con ella, corresponder a sus deseos. Para el creyente enamorado de Dios no es ninguna carga estar en silencio ante él, acogerlo en oración, escuchar su voluntad, vivir de su Espíritu. Aunque lo olvidemos una y otra vez, la religión no es obligación, es enamoramiento.

En este contexto la escena del cuarto evangelio que tenemos a la vista cobra una hondura especial. La pregunta de Jesús a Pedro es decisiva: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» La respuesta de Pedro es conmovedora: «Señor, tú lo conoces todo, tú sabes que te quiero»